(ZENIT Noticias / Lima, 06.06.2025).- Apenas semanas después de la elección del Papa León XIV, el primer papa peruano de la historia, surge una ironía inesperada: la afiliación católica en Perú continúa en declive. Si bien el país ha sido noticia mundial por su nueva conexión con el Vaticano, los últimos datos revelan que los hitos simbólicos no están a la altura de los cambios culturales que vienen de lejos.

Según una nueva encuesta nacional del Instituto de Estudios Peruanos (IEP), la identificación católica en Perú cayó al 60,2 % en mayo de 2025, frente al 63,5 % de tan solo seis meses antes. Los datos no muestran una renovación, sino un alejamiento —constante y persistente— de la tradición religiosa que una vez definió al país.

Este declive se produce a pesar del ascenso sin precedentes del cardenal Robert Prevost, ciudadano peruano naturalizado, al papado el 8 de mayo. La decisión fue ampliamente celebrada en el país, con un 59 % de los peruanos expresando sentimientos positivos sobre su elección. Sin embargo, esas emociones —alegría, esperanza y orgullo— no se han traducido en un retorno estadístico a la Iglesia.

Lo que en su día pudo haber sido un momento de auge para la identidad católica se está desarrollando en el contexto de una transformación religiosa más amplia. Las comunidades evangélicas, consideradas durante mucho tiempo una presencia marginal en Perú, están ganando terreno considerablemente. La misma encuesta del IEP mostró un aumento en la afiliación evangélica del 8,4 % al 11,3 % en tan solo medio año. Si se incluyen otros grupos cristianos, ahora representan casi una cuarta parte de la población.

Para los estudiosos de la religión, estos cambios no son sorprendentes. «Las tendencias son anteriores a este papado y no se revertirán de la noche a la mañana», afirmó Cecilia Tovar, filósofa del Instituto Bartolomé de las Casas de Lima. «El cambio religioso es como un glaciar: avanza lentamente, pero lo transforma todo».

El auge evangélico en Perú se ha gestado durante mucho tiempo. Si bien el catolicismo dominó sin oposición durante siglos, las últimas tres décadas han presenciado una revolución silenciosa. Gigantescos templos ahora salpican la capital. Misioneros extranjeros han establecido bases duraderas. Las iglesias de base se han arraigado en el corazón de los barrios obreros. En 1996, los evangélicos representaban tan solo el 4,4% de la población. Ahora, su número se ha quintuplicado.

Paralelamente, se está produciendo otro éxodo silencioso: el auge de quienes no tienen afiliación religiosa. Un número creciente de jóvenes peruanos, especialmente estudiantes universitarios, se están alejando por completo de la religión organizada. «Muchos de ellos no son ateos militantes», señaló la teóloga Veronique Lecaros, directora del programa de teología de la Pontificia Universidad Católica del Perú. «Pero están desencantados. Buscan algo que la Iglesia ya no parece ofrecer».

Parte de esto, según los expertos, se debe al estancamiento interno de la propia institución católica. Si bien la Iglesia se benefició en su momento de la afluencia de misioneros dinámicos en las décadas de 1960 y 1970 —muchos de los cuales estaban profundamente arraigados en sus comunidades—, esa generación está envejeciendo. Sus sucesores, argumentan los críticos, suelen estar demasiado alejados de las necesidades pastorales de los creyentes comunes.

“Existe un clericalismo que desconecta al sacerdote del pueblo”, dijo Tovar. “La Iglesia no ha formado suficientes líderes con la capacidad de un verdadero acompañamiento”.

Mientras tanto, los pastores evangélicos suelen ser vistos como más accesibles, más disponibles emocionalmente y más presentes en la vida cotidiana. Sus servicios resuenan a nivel personal, ofreciendo no solo sermones, sino también un compromiso espiritual directo. “Perú está pasando de una fe social a una personal”, agregó Tovar. “Y la Iglesia Católica está perdiendo esa carrera”.

El ascenso simbólico del Papa León XIV podría, con el tiempo, tener efectos más profundos. Pero por ahora, las cifras permanecen indiferentes. Lo que reflejan no es rechazo, sino indiferencia: una forma de alejamiento más sutil, y quizás más duradera.

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