(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 21.06.2025).- Por la mañana del sábado 21 de junio, el Papa recibió en audiencia especial, en la Sala de las Bendiciones de la Basílica Vaticana, a los participantes en el Jubileo de los Gobernantes. Entre los presentes se encontraba la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, primera mujer católica en gobernar el país. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso del Papa. El discurso giró en torno a tres consideraciones que considero importantes en el contexto cultural actual: 1) bien común, 2) diálogo interreligioso y libertad religiosa e 3) inteligencia artificial.
***
Señora Presidenta del Consejo y Señor Presidente de la Cámara de Diputados de la República Italiana,
Señora Presidenta y Señor Secretario General de la Unión Interparlamentaria,
Representantes de las instituciones académicas y líderes religiosos,
Me complace darles la bienvenida con motivo de la reunión de la Unión Interparlamentaria Internacional, en el Jubileo de los Gobernantes y Administradores. Saludo a los miembros de las delegaciones de sesenta y ocho países. Entre ellos, quiero recordar especialmente a los presidentes de las respectivas instituciones parlamentarias.
La acción política fue definida por Pío XI, con razón, como «la forma más elevada de caridad» (Pío XI, Discurso a la Federación Universitaria Católica Italiana, 18 de diciembre de 1927). Y, en efecto, si se considera el servicio que presta a la sociedad y al bien común, aparece realmente como una obra de ese amor cristiano que nunca es una teoría, sino siempre un signo y un testimonio concreto de la acción de Dios en favor del hombre (cf. Francisco, Carta enc. Fratelli tutti, 176-192).
Por eso, esta mañana quisiera compartir con ustedes tres consideraciones que considero importantes en el contexto cultural actual.
[1: promover el bien común]
La primera se refiere a la tarea que se les ha confiado de promover y proteger, más allá de cualquier interés particular, el bien de la comunidad, el bien común, especialmente en defensa de los más débiles y marginados. Por ejemplo, se trata de esforzarse por superar la inaceptable desproporción entre la riqueza que poseen unos pocos y la pobreza excesiva (cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum, 15 de mayo de 1891, 1).
Quienes viven en condiciones extremas claman para que se escuche su voz y, a menudo, no encuentran oídos dispuestos a escucharlos. Este desequilibrio genera situaciones de injusticia permanente, que fácilmente desembocan en la violencia y, tarde o temprano, en el drama de la guerra. Una buena acción política, en cambio, al favorecer la distribución equitativa de los recursos, puede ofrecer un servicio eficaz a la armonía y a la paz, tanto a nivel social como en el ámbito internacional.
[2: libertad religiosa y diálogo interreligioso]
La segunda reflexión se refiere a la libertad religiosa y al diálogo interreligioso. También en este campo, cada vez más actual, la acción política puede hacer mucho, promoviendo las condiciones para que haya una libertad religiosa efectiva y pueda desarrollarse un encuentro respetuoso y constructivo entre las diferentes comunidades religiosas. Creer en Dios, con los valores positivos que de ello se derivan, es en la vida de las personas y de las comunidades una fuente inmensa de bien y de verdad. San Agustín, a este respecto, hablaba del paso del hombre del amor sui —el amor egoísta por sí mismo, cerrado y destructivo— al amor Dei —el amor gratuito, que tiene su raíz en Dios y que lleva al don de sí mismo—, como elemento fundamental en la construcción de la civitas Dei, es decir, de una sociedad en la que la ley fundamental es la caridad (cf. De civitate Dei, XIV, 28).
Para tener entonces un punto de referencia unitario en la acción política, en lugar de excluir a priori, en los procesos de decisión, la consideración de lo trascendente, convendrá buscar en él lo que une a todos. Para ello, una referencia imprescindible es la ley natural, no escrita por manos humanas, pero reconocida como válida universalmente y en todo tiempo, que encuentra en la misma naturaleza su forma más plausible y convincente. Ya en la antigüedad, Cicerón fue un autoritario intérprete de la misma, quien en “De re publica” escribió: «La ley natural es la razón recta, conforme a la naturaleza, universal, constante y eterna, que con sus órdenes invita al deber y con sus prohibiciones aleja del mal […]. No es lícito modificar esta ley ni sustraerle ninguna parte, ni es posible abolirla por completo; ni por medio del Senado ni del pueblo podemos liberarnos de ella, ni es necesario buscar a su comentarista o intérprete. Y no habrá una ley en Roma, otra en Atenas, una ahora y otra después, sino una sola ley eterna e inmutable que gobernará a todos los pueblos en todos los tiempos» (Cicerón, De re publica, III, 22).
La ley natural, universalmente válida más allá y por encima de otras convicciones de carácter más discutible, constituye la brújula que nos orienta a la hora de legislar y actuar, en particular en cuestiones éticas delicadas que hoy en día se plantean de forma mucho más apremiante que en el pasado, afectando a la esfera de la intimidad personal.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada y proclamada por las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, forma parte ya del patrimonio cultural de la humanidad. Ese texto, siempre actual, puede contribuir en gran medida a situar a la persona humana, en su inviolable integridad, como fundamento de la búsqueda de la verdad, para devolver la dignidad a quienes no se sienten respetados en su intimidad y en las exigencias de su conciencia.
[3: inteligencia artificial]
Y llegamos a la tercera consideración. El grado de civilización alcanzado en nuestro mundo y los objetivos a los que estáis llamados a responder encuentran hoy un gran desafío en la inteligencia artificial. Se trata de un avance que sin duda será de gran ayuda para la sociedad, siempre y cuando su uso no afecte a la identidad y la dignidad de la persona humana y sus libertades fundamentales. En particular, no hay que olvidar que la inteligencia artificial tiene su función como instrumento para el bien del ser humano, no para menospreciarlo ni para definir su derrota. Se perfila, por tanto, un reto considerable, que requiere mucha atención y una mirada prospectiva hacia el futuro, para proyectar, incluso en el contexto de nuevos escenarios, estilos de vida sanos, justos y seguros, sobre todo en beneficio de las generaciones jóvenes.
La vida personal vale mucho más que un algoritmo y las relaciones sociales necesitan espacios humanos muy superiores a los esquemas limitados que cualquier máquina sin alma puede preconfeccionar. No olvidemos que, aunque es capaz de almacenar millones de datos y ofrecer en pocos segundos respuestas a muchas preguntas, la inteligencia artificial sigue teniendo una «memoria» estática, que no es en absoluto comparable a la de los hombres y las mujeres, que es creativa, dinámica, generativa, capaz de unir el pasado, el presente y el futuro en una búsqueda viva y fecunda de sentido, con todas las implicaciones éticas y existenciales que ello conlleva (cf. Francisco, Discurso en la sesión del G7 sobre inteligencia artificial, 14 de junio de 2024).
La política no puede ignorar una provocación de esta magnitud. Al contrario, se ve llamada a responder a tantos ciudadanos que, con razón, miran con confianza y preocupación los retos de esta nueva cultura digital.
San Juan Pablo II, con motivo del Jubileo del 2000, señaló a los políticos a San Tomás Moro como testigo a quien mirar e intercesor bajo cuya protección poner su compromiso. De hecho, Sir Tomás More fue un hombre fiel a sus responsabilidades civiles, un perfecto servidor del Estado precisamente en virtud de su fe, que le llevó a interpretar la política no como una profesión, sino como una misión para el crecimiento de la verdad y el bien. Él «puso su actividad pública al servicio de la persona, especialmente si era débil o pobre; gestionó las controversias sociales con un exquisito sentido de la equidad; protegió a la familia y la defendió con denodado empeño; promovió la educación integral de la juventud» (Carta apostólica M.P. E Sancti Thomae Mori, 31 de octubre de 2000, 4). El valor con el que no dudó en sacrificar su propia vida para no traicionar la verdad lo convierte aún hoy, para nosotros, en un mártir de la libertad y del primado de la conciencia. Que su ejemplo sea también para cada uno de vosotros fuente de inspiración y de proyectos.
Distinguidos señores y señoras, les agradezco esta visita. Les deseo lo mejor en su compromiso e invoco sobre ustedes y sus seres queridos las bendiciones celestiales.
Les doy las gracias a todos. Que Dios los bendiga a ustedes y a su trabajo. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de
The post
Leave a Reply