(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 25.07.2025).- Por la mañana del viernes 25 de julio, el Papa León XIV recibió en audiencia, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, a los participantes en el Capitulo General de los Javerianos y a un numeroso grupo de sacerdotes que durante los 30 días precedentes participaron en el Curso para Formadores de Seminarios que organiza anualmente en Roma el Instituto Sacerdos del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum, universidad eclesiástica de los Legionarios de Cristo. El Papa se detuvo en tres reflexiones sobre cómo construir una casa sobre la roca, aplicando esa imagen a la formación de los candidatos al sacerdocio y a la misión. A continuación la traducción al castellano de las palabras del Papa:
***
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡La paz esté con vosotros!
Queridos formadores, queridos hermanos Javerianos,
me alegra encontraros al término de dos momentos importantes que habéis vivido aquí en Roma: el Curso para formadores en los Seminarios, promovido desde hace muchos años por la
Se trata, sin duda, de dos ocasiones diferentes entre sí, pero podemos encontrar un hilo conductor que las une porque, de manera diferente, estamos llamados a entrar en el dinamismo de la misión y a afrontar los retos de la evangelización. Esta llamada exige de todos, ministros ordenados y fieles laicos, una formación sólida e integral, que no se reduzca solo a algunas competencias cognitivas, sino que debe aspirar a transformar nuestra humanidad y nuestra espiritualidad para que adopten la forma del Evangelio, y en nosotros se hagan espacio «los mismos sentimientos que hubo en Cristo Jesús» (Flp 2,5).
A vosotros, formadores, a quienes os ocupáis de la formación de los formadores y a vosotros, hermanos javerianos, comprometidos de manera especial en la misión ad gentes, quisiera ofreceros algunas ideas para la reflexión. Recientemente, el Dicasterio para el Clero ha promovido un encuentro internacional dedicado a los presbíteros sobre el tema: «Sacerdotes felices». Pero también podemos decir que todos debemos contagiarse de la alegría del Evangelio y, por lo tanto, se puede hablar de cristianos felices, discípulos felices y misioneros felices.
Para que este deseo no se quede en un eslogan, la formación es fundamental. Es necesario que la «casa» de nuestra vida y de nuestro camino, ya sea sacerdotal o laico, esté fundada sobre la «roca» (cf. Mt 7,24-25), es decir, sobre bases sólidas con las que saber afrontar las tormentas humanas y espirituales de las que tampoco está exenta la vida del cristiano, del sacerdote y del misionero. ¿Cómo construir una casa sobre la roca? Quiero ofrecerles brevemente tres pequeñas ideas.
[1]
La primera es esta: cultivar la amistad con Jesús. Este es el fundamento de la casa, que debe situarse en el centro de toda vocación y misión apostólica. Es necesario vivir en primera persona la experiencia de la intimidad con el Maestro, el haber sido mirados, amados y elegidos por Él sin mérito alguno y por pura gracia, porque es ante todo esta nuestra experiencia la que luego transmitimos en el ministerio: cuando formamos a otros para la vida sacerdotal y cuando, en nuestra vocación específica, anunciamos el Evangelio en tierras de misión, lo primero que transmitimos es nuestra experiencia personal de amistad con Cristo, que se refleja en nuestra forma de ser, en nuestro estilo, en nuestra humanidad, en nuestra capacidad de vivir buenas relaciones.
Recordando la Evangelii nuntiandi durante una audiencia general, el Papa Francisco afirmó: «La evangelización es más que una simple transmisión doctrinal y moral. Es ante todo testimonio […], testimonio del encuentro personal con Jesucristo, Verbo Encarnado en el que se ha cumplido la salvación […]. No se trata de transmitir una ideología o una «doctrina» sobre Dios, no. Es transmitir a Dios que se hace vida en mí» (Audiencia general, 22 de marzo de 2023).
Esto implica un continuo camino de conversión. Los formadores y quienes se ocupan de ellos no deben olvidar que ellos mismos están en un camino de conversión evangélica permanente; los misioneros, al mismo tiempo, no deben olvidar que son siempre los primeros destinatarios del Evangelio, los primeros que deben ser evangelizados. Y esto significa un trabajo constante sobre uno mismo, el compromiso de descender al propio corazón y mirar también las zonas de sombra y las heridas que nos marcan, el valor de dejar caer, cultivando la íntima amistad con Cristo, nuestras máscaras. Así, nos dejaremos transformar por la vida del Evangelio y podremos convertirnos en auténticos discípulos misioneros.
[2]
Un segundo aspecto: vivir una fraternidad efectiva y afectiva entre nosotros. Cuando el Papa Francisco hablaba de la vida sacerdotal y de las crisis que hay que prevenir, le gustaba subrayar cuatro proximidades: con Dios, con el obispo, entre los presbíteros y con el pueblo (cf. Discurso a los participantes en el Simposio «Por una teología fundamental del sacerdocio», 17 de febrero de 2022). En este sentido, es necesario aprender a vivir como hermanos entre sacerdotes, así como en las comunidades religiosas y con los propios obispos y superiores; hay que trabajar mucho sobre uno mismo para vencer el individualismo y la ansiedad de superar a los demás, que nos convierte en competidores, para aprender a construir gradualmente relaciones humanas y espirituales buenas y fraternas. En principio, creo que todos están de acuerdo con esto, pero en realidad aún queda mucho camino por recorrer.
[3]
Tercer y último aspecto: compartir la misión con todos los bautizados. En los primeros siglos de la Iglesia era natural que todos los fieles se sintieran discípulos misioneros y se comprometieran personalmente como evangelizadores. Y el ministerio ordenado estaba al servicio de esta misión compartida por todos. Hoy sentimos con fuerza que debemos volver a esta participación de todos los bautizados en el testimonio y el anuncio del Evangelio. En las tierras donde vosotros, hermanos Javerianos, lleváis a cabo la misión, sin duda habréis comprobado lo importante que es trabajar junto a las hermanas y hermanos de esas comunidades cristianas; al mismo tiempo, a los formadores les diría que hay que formar a los presbíteros en esto, a no considerarse líderes solitarios, a no asumir el sacerdocio ordenado con la perspectiva de sentirse superiores. Necesitamos sacerdotes capaces de discernir y reconocer en todos la gracia del Bautismo y los carismas que de él brotan, quizá también ayudando a las personas a abrirse a estos dones, para encontrar el valor y el entusiasmo de comprometerse en la vida de la Iglesia y en la sociedad. Concretamente, esto significa que la preparación de los futuros sacerdotes deberá estar cada vez más inmersa en la realidad del Pueblo de Dios y llevarse a cabo con la aportación de todos sus componentes: sacerdotes, laicos y consagrados, hombres y mujeres.
Queridos hermanos, os doy las gracias por esta ocasión, pero sobre todo os doy las gracias por vuestro servicio, por el cuidado de la formación sacerdotal, por la misión evangelizadora en tierras a menudo heridas y necesitadas de la esperanza del Evangelio. Os animo a continuar vuestro camino.
¡Que la Virgen María os acompañe e interceda por vosotros!
¡Gracias!
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de
The post
Leave a Reply