(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 05.08.2025).- Un prado florecido, una sed ardiente y abrasadora, pero también testigos fervorosos, “centinelas del mañana”, portadores de un “ruido” benéfico, fuerzas frescas y generosas para la gran tarea de la nueva evangelización. Son las imágenes utilizadas por León XIV y Juan Pablo II para referirse a los jóvenes, con 25 años de distancia entre uno y otro.
Estamos ante un cambio generacional –y también eclesial– de gran calado. En el año 2000, al coincidir el Gran Jubileo con la Jornada Mundial de la Juventud, Juan Pablo II se dirigía a la llamada “Generación Y” o de los “millennials” (1980-1996): con sus naturales diferencias subjetivas y geográficas, algunos sociólogos destacan su desarrollo en los inicios de internet y la tecnología digital, su ambición personal y profesional (aunque golpeada por fuertes desequilibrios laborales y económicos), así como cierto narcisismo y activismo lgbt+.
Un cuarto de siglo después, León XIV habla a la “Generación Z”, también llamada de los “centennials” o “zoomers” (1997-2012): nativos digitales criados en la era de internet, los smartphones (mobile first) y las redes sociales, conectados de forma casi permanente con la tecnología, que utilizan –con grados diversos de conciencia– de manera natural y cotidiana. Según algunos sociólogos, se trata de jóvenes en busca de autenticidad y transparencia, posgénero y posraza, con marcada sensibilidad social y ecológica, abiertos a la diversidad y la inclusión, heridos por la experiencia de la pandemia y por una conflictividad global constante, y con una existencia a menudo atrapada en la despersonalización y “datificada” como nunca antes: cuerpo, acciones, deseos, gustos, relaciones, todo memorizado y procesado por lógicas algorítmicas.
Si las fragilidades y riquezas de los jóvenes son, en el fondo, las mismas desde hace siglos –«la fragilidad de la que nos hablan, en efecto, es parte de la maravilla que somos», dice el Papa Prevost–, lo que marca la diferencia es la entrada en la era hipertecnológica, que algunos llaman “tecnoceno” (Giorgio Grossi, Nadim Samman). En el año 2000 no hay mención alguna en los discursos de Juan Pablo II a esta realidad: sus palabras apuntaban más bien a los «espejismos de una vida fácil y cómoda, del hedonismo y la droga, para acabar después atrapados en las redes de la desesperación, del sinsentido, de la violencia».
En parte, el contexto actual es diferente, dominado por los desafíos de la revolución digital, desde la inteligencia artificial hasta los influencers (con su propio Jubileo incluso), y los «algoritmos que nos dicen lo que debemos ver, lo que debemos pensar y quiénes deberían ser nuestros amigos. Y entonces nuestras relaciones se vuelven confusas, a veces ansiosas».
Si han cambiado algunas formas, no lo ha hecho la lógica de la dependencia y el dominio. «Cuando la herramienta domina al hombre, el hombre se convierte en una herramienta: sí, en herramienta de mercado, en mercancía él mismo». En el siglo pasado, aún vivo en la memoria de Juan Pablo II al cruzar el umbral del milenio, los jóvenes «eran convocados a concentraciones multitudinarias para aprender a odiar, eran enviados a luchar los unos contra los otros. Los diferentes mesianismos secularizados, que intentaron reemplazar la esperanza cristiana, acabaron revelándose como verdaderos infiernos».
Hoy son más bien la soledad, la alienación y la polarización de lo efímero las que aprisionan a chicos y chicas. «Toda persona desea naturalmente esa vida buena, como los pulmones tienden al aire, ¡pero qué difícil es encontrarla!», recuerda León XIV. Muchos «sucedáneos ineficaces» tratan de ocupar el lugar de la respuesta auténtica que aguarda la burning question –la pregunta importante, literalmente “la pregunta ardiente”– en el corazón de cada joven.
Mientras a nuestro alrededor «resuenan muchas palabras», la respuesta sigue siendo la misma. No se trata de elegir algo, sino de elegir a alguien: a uno mismo y a Cristo. «Cuando elegimos en sentido fuerte, decidimos quién queremos llegar a ser», subraya León XIV. «La pregunta de fondo es “quién”: hacia “quién” ir, a “quién” seguir, a “quién” confiarle la propia vida», decía Juan Pablo II, también cuando creer, hace 25 años como ahora, «implica una toma de posición por Él, y no pocas veces, casi un nuevo martirio».
Las tendencias a largo plazo muestran un marcado descenso en la identificación y el compromiso de los jóvenes con las religiones tradicionales en Occidente. Sin embargo, la Iglesia católica podría revertir esta tendencia, si es cierto que estudios recientes muestran un renovado interés entre los miembros de la “Generación Z”.
Dentro de 25 años, en el próximo Año Santo ordinario de 2050, los jóvenes que quizás se reúnan a la sombra de la cruz de Tor Vergata serán los hijos e hijas de los jóvenes de hoy. La “Generación Beta”, ya los han llamado los investigadores, incluso antes de nacer. Nadie puede saber qué rasgos los caracterizarán o qué formas adoptarán sus sueños, pero la esperanza es que junto a ellos, en ese Jubileo de los jóvenes aún por venir, estén también padres y sacerdotes que han germinado en estos días. «“Tú eres mi vida, Señor”: es lo que pronuncia un sacerdote o una consagrada, llenos de alegría y libertad. […] “Te recibo como esposa y esposo”: es la frase que transforma el amor del hombre y la mujer en signo eficaz del amor de Dios en el matrimonio. He aquí elecciones radicales, elecciones llenas de sentido», recuerda León XIV.
Junto con las preguntas sobre los jóvenes del futuro, preguntémonos también quiénes y cómo los acompañarán. Para que, con la misma alegría de Juan Pablo II, también nosotros podamos decir: «Gracias, Señor, por el don de la juventud […]. Miro con confianza a esta nueva humanidad que se prepara también gracias a vosotros».
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