(ZENIT Noticias / Beijing, 20.08.2025).- La posibilidad de úteros artificiales alojados en robots humanoides ya no es solo una ficción especulativa. En China, una empresa de biotecnología afirma estar a punto de comercializar estas máquinas, diseñadas para transportar embriones humanos desde la concepción hasta el parto. El anuncio ha generado fascinación e inquietud, reabriendo debates sobre el significado de la paternidad, los límites de la ciencia y la frágil línea entre innovación y arrogancia.
El Dr. Zhang Qifeng, fundador de Kaiwa Technology, ha descrito el proyecto como «maduro» y comercialmente listo, con prototipos que se espera se vendan por unos 14.000 dólares el próximo año. El dispositivo funcionaría como un útero artificial, suministrando nutrientes al feto en desarrollo a través de una trompa y rodeándolo con líquido amniótico sintético. Según Zhang, la visión a largo plazo es que estos sistemas se implanten en cuerpos robóticos, lo que permitirá la interacción entre la máquina y el progenitor humano durante la gestación.
La ambición es enorme, pero los detalles siguen siendo opacos. Si bien los informes sugieren que probablemente se utilizaría la fertilización in vitro para generar los embriones, se sabe poco sobre cómo funcionarían realmente la implantación y el desarrollo fuera de los ritmos naturales del útero humano. Por ahora, lo que se presenta como ciencia podría estar más cerca de un prototipo provocador que de una realidad clínica.
Los defensores de esta tecnología la presentan como una solución al aumento de las tasas de infertilidad, especialmente en China, donde las preocupaciones demográficas pesan considerablemente sobre los responsables políticos. Los partidarios también especulan que los úteros artificiales podrían ofrecer alternativas a las mujeres con afecciones médicas graves, o incluso redefinir las opciones reproductivas de quienes no desean o no pueden concebir. Algunos medios han ido más allá, anunciando estos dispositivos como una revolución para la medicina, las estructuras familiares y la propia fertilidad humana.
Pero las críticas éticas, médicas y filosóficas han surgido con la misma rapidez. Los científicos señalan que la gestación no es simplemente un proceso mecánico de nutrición y crecimiento. El embarazo implica intercambios sutiles de células, hormonas y señales entre la madre y el hijo, como el microquimerismo, en el que las células fetales y maternas se cruzan en sus cuerpos, moldeando el sistema inmunitario y reduciendo potencialmente los riesgos de enfermedades autoinmunes. Asimismo, los fetos comienzan a reconocer la voz de su madre, sentando las bases para el vínculo emocional y el desarrollo del lenguaje.
Estas profundas dinámicas biológicas y relacionales, argumentan los críticos, no pueden simplemente programarse en máquinas. Criar a un hijo sin la experiencia del contacto materno, advierten, corre el riesgo de crear no solo complicaciones médicas, sino también profundas distorsiones psicológicas y sociales. Para muchos especialistas en ética, no se trata solo de tecnología, sino de antropología: lo que significa ser humano, pertenecer a una familia y comenzar la vida en el vientre materno.
El anuncio también llega en un clima cultural cada vez más inquieto por otras ambiciones biotecnológicas, como la ingeniería genética para los llamados «bebés de diseño». La posibilidad de adaptar rasgos como la inteligencia o la apariencia ya ha atraído la inversión de poderosos patrocinadores, lo que genera temores de que la vida humana pueda ser tratada como un producto de consumo en lugar de un regalo.
El proyecto de útero artificial, por lo tanto, es más que una propuesta médica. Aborda cuestiones centrales de la identidad humana y la antropología religiosa: ¿es la procreación un espacio para la experimentación sin límites, o existen límites arraigados en la naturaleza y la moral que no deben traspasarse?
Por ahora, los robots de Kaiwa Technology siguen siendo un experimento, y sus promesas están lejos de ser demostradas. Sin embargo, el debate que suscitan no se descartará fácilmente. En una era donde la tecnología avanza más rápido que nuestros marcos morales, el desafío no es solo qué se puede hacer, sino qué se debe hacer, y si la sociedad está preparada para vivir con las consecuencias de sus decisiones.
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