(ZENIT Noticias / Roma, 19.08.2025).- A última hora de la noche del 13 de agosto, un avión de transporte militar aterrizó en el aeropuerto romano de Ciampino con un frágil cargamento: tres niños de Gaza, cada uno con las cicatrices de la guerra. Iban acompañados por sus familias y, en cuestión de horas, fueron trasladados al Hospital Pediátrico Bambino Gesù, propiedad del Vaticano, donde los médicos comenzaron de inmediato a evaluar su estado.

Los casos son desgarradores. Un bebé de seis meses, que ya había sufrido una amputación antes de su llegada, ingresó en cirugía general. Un niño de 13 años, con una lesión cerebral traumática, fue trasladado al departamento de neurología. Una niña de dos años, debilitada por la desnutrición relacionada con la enfermedad celíaca no tratada, fue ingresada en pediatría general. Los tres se unen ahora a un creciente grupo de jóvenes pacientes que han llegado desde las ruinas de Gaza a un hospital romano que se ha convertido en una inesperada primera línea de batalla en una labor humanitaria.

Con su llegada, el número de niños gazatíes atendidos en el Bambino Gesù desde el estallido de la guerra en octubre de 2023 ha ascendido a veinte. Sus dolencias cuentan una historia que las estadísticas por sí solas no pueden describir: extremidades destrozadas, quemaduras, cánceres sin tratamiento, cardiopatías congénitas sin posibilidad de cirugía, enfermedades infecciosas que se propagan en albergues abarrotados, trastornos metabólicos y neurológicos agravados por el colapso del sistema de salud de Gaza. Cada niño representa no solo una emergencia médica, sino también el peso de una crisis geopolítica inscrita en el cuerpo humano.

Tras su traslado se esconde una compleja red de diplomacia y fe. Las evacuaciones tempranas, que comenzaron en enero de 2024, fueron posibles gracias a delicadas negociaciones entre los gobiernos de Italia, Israel, Palestina y Egipto, con la Custodia Franciscana de Tierra Santa actuando a menudo como intermediaria. Estos vuelos no son simplemente evacuaciones médicas; son una frágil señal de cooperación transfronteriza que rara vez coincide en nada más.

Tiziano Onesti, presidente del Hospital Bambino Gesù, definió la misión en términos que trascienden la medicina. «Cada vez que recibimos a niños de zonas de guerra, nos encontramos con vidas frágiles que albergan dolor y esperanza», afirmó. Se hizo eco de las recientes palabras del Papa León XIV, quien insistió en que la compasión debe ser más que un sentimiento: debe convertirse en acción. Para Onesti, esto significa no solo brindar atención pediátrica avanzada, sino también ofrecer a las familias un espacio donde, aunque sea brevemente, puedan respirar en paz.

El Vaticano ha descrito durante mucho tiempo al Bambino Gesù como su «pequeña embajada de la misericordia», y en los últimos meses esa descripción ha cobrado nueva relevancia. Dentro de sus pabellones, la Iglesia Católica ejerce una diplomacia que evita los discursos y los comunicados. En cambio, se lleva a cabo mediante intervenciones quirúrgicas, vigilias nocturnas junto a las camas del hospital y la silenciosa promesa a los padres de que sus hijos no afrontarán su calvario solos.

Para las familias que llegaron a Roma, el camino por delante sigue siendo incierto. La rehabilitación será larga; algunas afecciones pueden dejar secuelas permanentes. Sin embargo, la presencia de una comunidad dispuesta a acompañarlos demuestra que su sufrimiento no es invisible ni olvidado. En un conflicto donde la política continúa endureciéndose, la llegada de estos niños a Roma nos recuerda que la misericordia aún puede abrir caminos donde la diplomacia se estanca.

Y así, en los pasillos de un hospital del Vaticano, la tragedia de Gaza encuentra un contrapunto paradójico: vidas destrozadas por la guerra, pero sostenidas por una atención que insiste en que, incluso en medio de la devastación, la esperanza también puede ser curada.

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