Misas online son menos efectivas que misas presenciales, según un estudio de Duke University

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(ZENIT Noticias / Roma, 21.08.2025).- La pandemia ha alterado permanentemente el panorama de la práctica religiosa, obligando a los académicos a abordar cuestiones sobre la corporeidad, los rituales y el papel de la tecnología en la vida comunitaria. Si bien los científicos sociales han documentado desde hace tiempo los beneficios para la salud y la psicología de la asistencia religiosa, el auge del culto digital ha complicado las suposiciones de que la participación puede medirse únicamente por la presencia física. Un estudio reciente realizado en la Universidad de Duke contribuye a este debate al ofrecer evidencia empírica sobre cómo se comparan los servicios en línea con las reuniones presenciales, tanto a nivel fisiológico como experiencial.

El estudio, publicado en «Psicología de la Religión y la Espiritualidad«, reclutó a 43 cristianos en Carolina del Norte para participar en dos servicios religiosos: uno presencial y el otro transmitido en línea. Los participantes usaron monitores Fitbit para registrar datos fisiológicos como la frecuencia cardíaca y el gasto calórico, y se les pidió que completaran encuestas que evaluaban estados subjetivos de trascendencia, identificación comunitaria y cercanía percibida con Dios.

Los resultados indican que la presencia física sigue siendo excepcionalmente poderosa. Los asistentes reportaron mayores niveles de elevación emocional, una mayor afinidad identitaria con sus compañeros de congregación y mayores experiencias de trascendencia. Los marcadores fisiológicos respaldaron estos hallazgos: la frecuencia cardíaca promedio se elevó durante el culto presencial (84 lpm en comparación con 79 lpm en línea) y el gasto calórico fue significativamente mayor. Estas diferencias incorporadas sugieren que el culto en un entorno físico compartido involucra a los participantes de maneras que la participación virtual no puede replicar por completo.

Es importante destacar que el estudio no descarta el culto en línea. La investigadora principal, Patty Van Cappellen, enfatizó que las liturgias digitales conservan beneficios mensurables, aunque difieren de la dinámica comunitaria y trascendente del culto físico. Su advertencia destaca la necesidad de una evaluación matizada: los servicios virtuales no deben reducirse a imitaciones inferiores, pero tampoco debe asumirse que produzcan resultados idénticos.

La persistencia del culto en línea después de la pandemia subraya la relevancia de estos hallazgos. Datos del Pew Research Center (2023-24) revelan que aproximadamente el 23 % de los estadounidenses afirman ver servicios religiosos en línea o por televisión al menos una vez al mes, mientras que aproximadamente un tercio asiste presencialmente con la misma frecuencia. Estos patrones no ilustran una migración generalizada de los bancos a las pantallas, sino una hibridación de la práctica religiosa que desafía las categorías tradicionales de pertenencia y participación.

Teológicamente, los hallazgos plantean preguntas cruciales. Las tradiciones religiosas han integrado históricamente el culto en la reunión física de una comunidad, donde los rituales de presencia (cantar, estar de pie, arrodillarse, compartir el espacio sagrado) encarnan afirmaciones doctrinales sobre la unidad y la trascendencia. Si el culto digital atenúa estos marcadores encarnados, ¿transforma el significado teológico de la participación en sí? ¿O permitirán las innovaciones (plataformas interactivas, tecnología más inmersiva o liturgias híbridas) que las reuniones virtuales cultiven una sensación de presencia comparable?

Van Cappellen y su equipo reconocen que su estudio es preliminar. Sugieren más investigación sobre características de diseño que podrían mejorar el culto digital, como la incorporación de interacción congregacional en tiempo real o perspectivas de cámara que prioricen a la asamblea en lugar de solo al celebrante. Estas innovaciones podrían mitigar algunas de las limitaciones de las prácticas actuales de transmisión en vivo.

En definitiva, el estudio de Duke ilustra tanto la promesa como las limitaciones de la vida religiosa virtual. Confirma que el culto no es una mera adhesión cognitiva a la doctrina, sino una experiencia multisensorial y corporal, moldeada por la presencia de otros. Al mismo tiempo, demuestra la adaptabilidad de la práctica religiosa en una era donde los espacios físicos y digitales se superponen cada vez más. Para los estudiosos de la religión, estos hallazgos exigen un análisis continuo de cómo la tecnología media la experiencia sagrada, no como un sustituto de la reunión física, sino como un nuevo ámbito donde se renegocian las dinámicas de la fe y la comunidad.

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