(ZENIT Noticias / Washington, 06.09.2025).- Desde los tranquilos suburbios de Estados Unidos hasta las controvertidas calles de Jerusalén y las catedrales de Europa, está surgiendo un patrón preocupante: los ataques contra las comunidades cristianas y sus espacios sagrados no solo están en aumento, sino que en algunos lugares se multiplican a un ritmo alarmante.
Un informe reciente del Consejo de Investigación Familiar, publicado el 11 de agosto, documentó 1384 incidentes hostiles contra iglesias cristianas en Estados Unidos entre 2018 y 2024. Lo que comenzó con menos de 100 incidentes anuales se disparó tras la filtración en 2022 de la decisión Dobbs de la Corte Suprema, que anuló el caso Roe contra Wade. Solo ese año, se reportaron 198 ataques. Para 2023, la cifra casi se había duplicado, alcanzando los 485 casos, antes de reducirse ligeramente a 415 en 2024.
La mayoría de los casos fueron actos de vandalismo, pero la lista también incluía incendios provocados, disparos, amenazas de bomba e interrupciones deliberadas del culto. CatholicVote, un grupo de defensa estadounidense, ha registrado de forma independiente al menos 521 ataques a iglesias católicas desde 2020, que van desde estatuas destrozadas y grafitis satánicos hasta incendios que destruyeron santuarios históricos. El grupo señala que muchos ataques llevaban consignas explícitas a favor del aborto, lo que sugiere una relación directa entre la ira política y los actos de sacrilegio.
Los observadores advierten que estos no son actos aislados de robo o vandalismo, sino indicios de una hostilidad cultural más amplia hacia el cristianismo. Si bien algunos perpetradores pueden estar motivados por ideologías, otros parecen envalentonados por lo que los líderes religiosos describen como un clima cada vez más permisivo hacia el sentimiento anticristiano.
Esta hostilidad no se limita a suelo estadounidense. En Israel, los incidentes de acoso y profanación contra cristianos aumentaron tras la llegada al poder del actual gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu a finales de 2022. Según el Centro Rossing para la Educación y el Diálogo, en 2023 se registraron más de cien casos de acoso, vandalismo e incluso agresiones físicas, actos a menudo perpetrados por jóvenes afines a movimientos nacionalistas religiosos. El patriarca latino Pierbattista Pizzaballa ha sido contundente al advertir que los extremistas se sienten «protegidos» por el entorno cultural y político, que ahora tolera su agresión.
Estos episodios incluyen el derribo de una estatua de Cristo en la Iglesia de la Flagelación, intentos de atentado durante las liturgias en Getsemaní, la profanación de cementerios y grafitis que invocan «Muerte a los cristianos». La violencia también se ha extendido a aldeas cristianas palestinas, donde colonos radicales han incendiado terrenos cerca de iglesias y cementerios para intimidar a las comunidades.
Europa también está presenciando una alarmante escalada. El Observatorio sobre la Intolerancia y la Discriminación contra los Cristianos en Europa registró 2444 crímenes de odio anticristianos en 35 países solo en 2023. Casi dos tercios fueron casos de vandalismo, pero el recuento también incluyó incendios provocados, agresiones físicas y amenazas. Las motivaciones fueron diversas: extremistas islamistas, grupos de izquierda radical e individuos antirreligiosos fueron los principales autores, aunque también se reportaron casos vinculados a movimientos de derecha radical y satanistas.
El periodista francés Marc Eynaud, quien ha documentado la ola de profanaciones e incendios de iglesias en Francia, argumenta que, si bien los actores difieren, el objetivo subyacente converge: debilitar la presencia del cristianismo en la sociedad. «Saqueos, profanaciones, incendios provocados, ataques físicos a sacerdotes y fieles, y las campañas culturales que normalizan el desprecio; todos estos actos, en conjunto, persiguen el mismo objetivo, más o menos consciente: borrar el cristianismo», declaró a Le Figaro.
En conjunto, estos informes presentan un panorama desalentador. Los ataques a iglesias cristianas no solo son más frecuentes, sino también más organizados, con mayor carga ideológica y alcance internacional. Para los creyentes, las cifras no representan meras estadísticas, sino heridas a las comunidades, los espacios sagrados y la sensación de seguridad en el espacio público. Para pastores y obispos, el desafío ahora reside en abordar no solo la reparación física de los santuarios dañados, sino también las profundas fracturas espirituales y culturales que alimentan estas hostilidades.
La tendencia puede diferir en sus expresiones locales —grafitis en Nueva York, acoso en Jerusalén o incendios de iglesias en la Francia rural—, pero la trayectoria es inconfundible. En todos los continentes, las comunidades cristianas se enfrentan a una creciente ola de agresión que afecta la esencia de su culto y la esencia de su testimonio público.
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