(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.10.2025).- Bajo un brillante sol otoñal en la Plaza de San Pedro, las voces de miles de migrantes y misioneros se fundían en himnos de esperanza. Sin embargo, al concluir la Misa del Jubileo el 5 de octubre, el Papa León XIV rompió el ritmo solemne de la celebración con un mensaje que trascendió la música.

Antes del rezo del Ángelus, el Papa lamentó la reciente ola de violencia antisemita, que ha resurgido en diversos rincones del mundo. Sus palabras llegaron pocos días después de que un atentado frente a una sinagoga de Manchester dejara dos muertos. «El auge del antisemitismo hiere a la humanidad misma», declaró, instando a los fieles a resistir toda forma de odio que distorsiona el corazón humano y fractura a las comunidades.

La preocupación del Papa no se limitó a Europa. Volvió la mirada hacia Oriente Medio, evocando una vez más la angustia de Gaza. «Siento un profundo pesar por el inmenso sufrimiento del pueblo palestino», afirmó. Refiriéndose a la nueva ronda de negociaciones en curso en El Cairo, iniciada bajo la mediación del presidente estadounidense Donald Trump, León XIV instó a los presentes a actuar con valentía y sinceridad. «Que estos esfuerzos finalmente den fruto», añadió, «mediante un alto el fuego inmediato y la liberación de todos los rehenes».

Su llamamiento se hizo eco de la esperanza expresada un día antes por el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, quien describió los últimos acontecimientos como «una frágil pero real apertura hacia la reconciliación», incluyendo la posibilidad de liberar tanto a los rehenes israelíes como a los detenidos palestinos.

Para el Papa, cuyo pontificado se ha caracterizado por una firme insistencia en el diálogo y la responsabilidad compartida, la convergencia de la violencia antisemita en Europa y la continua guerra en Tierra Santa representa más que una tensión geopolítica: es una prueba moral para el mundo. «No debemos acostumbrarnos al odio», dijo a la multitud, instando a los católicos a persistir en la oración y la acción por una paz «que no es impuesta por el poder, sino que nace de la justicia».

León XIV concluyó su discurso vinculando el momento a una cadena más amplia de intercesión. Se unió espiritualmente a los peregrinos reunidos en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario en Pompeya, donde se rezaba la Súplica anual ese mismo día. Agradeciendo a los niños de todo el mundo que han prometido rezar el Rosario por la paz, les recordó —y a todos los presentes— que la oración nunca es un acto pasivo, sino una semilla de transformación.

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