(ZENIT Noticias / Passau, 12.11.2025).- En Alemania, una profunda división ha surgido dentro de la jerarquía católica sobre cómo la Iglesia debe abordar las cuestiones de sexualidad, identidad y educación en un contexto cultural cambiante. El detonante fue la publicación, a finales de octubre, de un documento educativo de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK), titulado «Creados, Redimidos y Amados: Visibilidad y Reconocimiento de la Diversidad Sexual en las Escuelas». Lo que pretendía ser una guía pastoral para educadores católicos ha revelado, en cambio, profundas discrepancias sobre la comprensión que la Iglesia tiene de la naturaleza humana.
Entre los primeros y más vehementes disidentes se encuentra el obispo Stefan Oster de Passau, quien se desvinculó públicamente del documento esta semana. «Aunque la portada diga “Los Obispos Alemanes”, el texto no habla en mi nombre», escribió en una declaración personal. Sus palabras denotaban tanto tristeza como alarma. Para Oster, el problema no radica en el tono ni en la sensibilidad pastoral, sino en la coherencia teológica. «Lo que está en juego», escribió, «es el concepto cristiano mismo de humanidad: quiénes somos ante Dios».
El documento de la DBK exhorta a las escuelas católicas a cultivar la apertura y el respeto hacia los estudiantes de todas las orientaciones sexuales e identidades de género, promoviendo un ambiente libre de discriminación. Anima a los profesores de religión a presentar la doctrina de la Iglesia de manera matizada, facilitando el diálogo en lugar de la confrontación. Su tono es inclusivo, su vocabulario contemporáneo y su tema central claro: toda persona, en su diversidad, es amada por Dios.
Sin embargo, para Oster, ese énfasis —aunque aparentemente pastoral— revela lo que él denomina una «antropología desacralizada», que corre el riesgo de sustituir la teología por la sociología. Argumenta que el documento trata la diversidad como inherentemente divina y, por lo tanto, más allá del discernimiento moral. «Casi cada línea sugiere: menos teología moral y, ciertamente, ninguna pretensión de verdad», escribe, describiendo lo que considera un «superdogma» de afirmación incondicional: un sustituto emocional de la doctrina.
La crítica de Oster va más allá de meras sutilezas lingüísticas. Sostiene que el uso de términos como «identidad de género» y «sexualidad» en el documento carece de claridad y profundidad, al no explicar cómo se relacionan estos conceptos con la antropología cristiana, el pecado, la gracia y la salvación. Advierte que si la Iglesia acepta una visión de la identidad humana separada de la creación y la revelación, corre el riesgo de alterar no solo su doctrina moral, sino también su comprensión misma de los sacramentos y de Dios.
En el que quizá sea su pasaje más incisivo, Oster critica el tratamiento de la identidad transgénero en el documento, que, según él, extiende acríticamente la frase «Dios los creó y los amó tal como son» a quienes buscan alterar su sexo biológico. Para el obispo, tal afirmación ignora las complejidades tanto teológicas como científicas. Señala que varios países occidentales, entre ellos el Reino Unido, Suecia y Estados Unidos, han comenzado a reevaluar sus políticas sobre tratamientos de transición de género para menores, alegando preocupaciones médicas y éticas. «Si este documento pretendía estar en sintonía con los tiempos», escribe, «entonces ya está desfasado».
Otros teólogos se han hecho eco de su inquietud. Franz-Josef Bormann, teólogo moral de Tubinga, afirmó que las directrices del DBK se basan en «una retórica de aceptación y bienestar» al tiempo que descuidan importantes cuestiones médicas y psicológicas en torno a los jóvenes que se identifican como transgénero o queer. Criticó el documento por difuminar la distinción entre compasión y relativismo, y por no afirmar con claridad que la humanidad existe como hombre y mujer, fundamento, según él, tanto de la razón como de la revelación.
La controversia revela una tensión más profunda que recorre la trayectoria actual de la Iglesia alemana: el intento de conciliar las afirmaciones universales de la doctrina católica con el lenguaje fluido de la era moderna. Muchos obispos alemanes han abogado por un enfoque más inclusivo en materia de sexualidad, argumentando que la credibilidad y la eficacia pastoral exigen un diálogo con la ciencia contemporánea y la realidad social. Pero sus críticos, como Oster, ven tales esfuerzos como una deriva hacia una teología de la acomodación que vacía la fe de su poder transformador.
Tras esta disputa subyace una pregunta más amplia: ¿puede una Iglesia que busca encontrar a las personas «donde están» hablar con sentido sobre a qué las llama Dios a ser? La respuesta de Oster, implícita pero inequívoca, es que una Iglesia que olvida su antropología olvida su misión.
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