(ZENIT Noticias / Roma, 19.11.2025).- Durante años, quienes observan la vida católica en Europa Occidental y Norteamérica han hablado vagamente de un «cambio» dentro del clero: algo que se percibía en los seminarios, se notaba en las asignaciones parroquiales y se comentaba en voz baja en las conversaciones de la cancillería. Ahora, dos nuevos estudios, uno de Francia y otro de Estados Unidos, dan forma y cifras a esa intuición: cuanto más joven es el sacerdote, más se alinea con los marcos morales y teológicos tradicionales de la Iglesia. Y este patrón no es marginal. Se está convirtiendo en el perfil dominante de las nuevas generaciones que ingresan al sacerdocio y lo moldean.
Los datos franceses, recopilados por el Observatorio Francés del Catolicismo con la ayuda de IFOP y varios medios de comunicación católicos, ofrecen una mirada excepcionalmente detallada a la vida y las convicciones de cientos de sacerdotes de entre 35 y 64 años. Si bien la muestra —766 encuestados de un total de 5000 encuestas enviadas— no puede considerarse perfectamente representativa, dibuja un panorama notablemente consistente de la divergencia generacional. El contraste entre el clero mayor y el más joven se manifiesta en prácticamente todos los ámbitos de la vida eclesial analizados.
El hallazgo que más sorprendió a los analistas no se refería a la liturgia, la gobernanza ni las estructuras parroquiales, sino a la doctrina moral. Casi la mitad de los sacerdotes mayores de 75 años expresó su deseo de cambios significativos en la ética sexual y familiar de la Iglesia. Entre los de 35 a 49 años, ese porcentaje descendió a tan solo el 10 %. Para los sacerdotes menores de 35 años, bajó aún más, hasta el 7 %. Un patrón similar se observa en las actitudes hacia el celibato sacerdotal y la ordenación de mujeres: casi el 30 % de los sacerdotes mayores de 65 años se muestran abiertos al cambio en estos ámbitos, en comparación con solo el 4 % entre los sacerdotes menores de 50.
En resumen, el sueño de un catolicismo más progresista —anhelado durante mucho tiempo por muchos clérigos y teólogos de edad avanzada— no ha sido heredado por los hombres que ahora asumen la responsabilidad de las parroquias, los ministerios vocacionales, las escuelas y el liderazgo diocesano.
El nuevo estudio también revela algo más humano y quizás más urgente. Aproximadamente uno de cada cinco sacerdotes afirma no sentirse apoyado por su obispo. La mitad se preocupa por sus futuras asignaciones o la estabilidad de su misión pastoral. Y casi el 60% espera un mayor respaldo de la autoridad episcopal que guía su ministerio. Sus preocupaciones son prácticas, no ideológicas: desean un apoyo predecible, un liderazgo transparente y la certeza de que no estarán solos ante las abrumadoras exigencias de la vida parroquial moderna.
A pesar de estas inquietudes, los sacerdotes franceses expresan una claridad sorprendente sobre el significado de su vocación. Tres de cada cuatro describen su misión en términos clásicos: celebrar los sacramentos, enseñar la fe y pastorear a los fieles que les han sido confiados. No piden una reinvención, sino la libertad para ejercer el ministerio que la Iglesia siempre les ha encomendado. Consideran la catequesis y la educación fundamentales para el futuro del catolicismo francés, y más de la mitad aboga por iniciativas concretas para fomentar nuevas vocaciones.
Ante todo, son felices. La cobertura mediática en Francia ha resaltado este punto: los sacerdotes manifiestan una profunda alegría interior al presenciar la obra de Dios en la vida de las personas y al sentirse exactamente en el lugar donde deben servir. Su optimismo no es ingenuo; coexiste con la ansiedad, el agotamiento y las complejas presiones de vivir en una cultura profundamente secularizada. Sin embargo, la alegría persiste, firme y luminosa.
La brecha generacional documentada en Francia guarda un estrecho paralelismo con lo que los investigadores observan al otro lado del Atlántico. Un estudio ampliamente difundido sobre sacerdotes estadounidenses reveló que más del 70 % de los sacerdotes ordenados antes de 1975 se identificaban como teológicamente progresistas. Entre los sacerdotes ordenados desde 2010, solo el 8 % lo hacía. La inmensa mayoría del clero más joven se describía a sí mismo como ortodoxo o muy ortodoxo. Hace unas décadas, los sacerdotes con estas ideas eran vistos como una minoría. Hoy en día constituyen una mayoría creciente.
Los demógrafos señalan que parte de la explicación reside en la simple aritmética: la generación clerical “progresista” que alcanzó notoriedad tras el Concilio Vaticano II está envejeciendo rápidamente, con muchos jubilados y otros fuera del ministerio. Sin embargo, las cifras no lo explican todo. Los sacerdotes más jóvenes han alcanzado la madurez en una Iglesia marcada por el escándalo, la fragilidad institucional y el declive cultural. Su instinto no es reformar la doctrina, sino afianzarse en formas de vida católica que perciben como estables, coherentes y generativas.
Esta tendencia no implica uniformidad. Los sacerdotes más jóvenes no constituyen un bloque ideológico único, ni comparten estrategias pastorales idénticas. Pero el panorama sociológico que emerge tanto de Francia como de Estados Unidos sugiere que el futuro del clero católico estará menos marcado por el optimismo reformista de las décadas posconciliares y más por un anhelo de arraigo: arraigo en la tradición, en la vida sacramental y en una clara identidad eclesial.
Dos estudios no pueden revelar el futuro completo de la Iglesia. Sin embargo, sí revelan una dirección inconfundible: a medida que las generaciones mayores se jubilan, los clérigos más jóvenes están asumiendo un papel protagónico con una visión notablemente diferente de lo que significa servir. Su enfoque no es más ruidoso ni más militante. Es más sereno, más centrado y, a menudo, más exigente consigo mismos.
La Iglesia que surja de esta transición no se parecerá a la que muchos esperaban hace 50 años. Estará moldeada por sacerdotes que, lejos de buscar rehacer el catolicismo, simplemente aspiran a vivirlo con fidelidad y a ayudar a otros a hacer lo mismo.
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