(ZENIT Noticias / Washington, 13.05.2025).- Diez años después de su histórica carta pastoral sobre la pornografía, los obispos católicos estadounidenses han reconsiderado el tema con mayor urgencia y una visión pastoral más profunda. En una sociedad cada vez más marcada por la intimidad digital, la inteligencia artificial y una creciente epidemia de soledad, su prefacio revisado a “Crea en mí un corazón limpio” se lee menos como una reprimenda moral y más como un diagnóstico de un hospital de campaña: uno que encuentra el corazón humano herido, no solo tentado.
Atrás quedaron los días en que la pornografía era una vergüenza privada, consumida en secreto. Hoy en día, está entretejida en la estructura de las redes sociales, se monetiza a través de plataformas de colaboración abierta y se personaliza mediante algoritmos diseñados para generar adicción. Para los obispos, el campo de batalla ha cambiado, pero lo que está en juego, no.
“La Iglesia debe volver a ser un lugar de sanación”, escriben los obispos. “Donde los heridos puedan acudir, no con juicio, sino con esperanza”.
Su introducción actualizada al documento de 50 páginas aborda no solo las consecuencias espirituales de la pornografía, sino también su evolución cultural y tecnológica. Nombra, sin vacilación, el auge de los deepfakes generados por IA, la pornografía generada por usuarios en plataformas como OnlyFans y las mecánicas de explotación de una industria que a menudo se dirige a niños y personas emocionalmente vulnerables.
Lo que antes era un problema moral es ahora, a ojos de los obispos, una crisis de salud pública con consecuencias espirituales. El documento original de 2015, escrito antes de la conmoción mundial de la pandemia de COVID-19, parece casi anticuado en retrospectiva. El aislamiento acelerado por los confinamientos ha hecho metástasis en una fragmentación existencial más amplia, donde millones de personas buscan una intimidad falsa a través de las pantallas.
“La soledad no es simplemente una condición social, sino una herida espiritual”, afirman los obispos, basándose en la idea bíblica de que “no es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18).
De hecho, su preocupación va más allá de las implicaciones morales de la pornografía y abarca sus efectos corrosivos en la comunidad, la familia e incluso la capacidad de amar. La era digital, argumentan, no solo está transformando el comportamiento, sino también el corazón.
Gran parte del documento está dirigido a grupos específicos: clérigos, padres, educadores y líderes civiles. Pero su hilo conductor es un llamado a una «cultura de la castidad» que no sea represiva, sino redentora: una invitación a reimaginar la sexualidad como algo sagrado, no como algo mercantilizado.
Se insta a los padres a recuperar su papel como primeros educadores en el amor: hablar honestamente con sus hijos, modelar hábitos digitales responsables y retrasar el uso de teléfonos inteligentes siempre que sea posible. Los obispos recomiendan filtros y salvaguardas, pero también, de forma más radical, la creación de espacios alternativos (actividades no digitales, amistades reales, presencia encarnada) que ayuden a los jóvenes a resistir la ilusión de intimidad que ofrece la pornografía.
Se llama a los educadores a estar atentos a las señales de heridas ocultas: adicción, aislamiento, comportamiento performativo en línea. Las escuelas, afirman, no deben ser zonas neutrales. Más bien, deberían ser «ecosistemas formativos» donde se enseñe activamente el valor de la castidad, el amor y la responsabilidad. Los obispos recomiendan prohibir el uso innecesario del teléfono durante el horario escolar e incorporar currículos de Teología del Cuerpo apropiados para cada edad, con el fin de presentar una visión de la sexualidad basada en la dignidad, no en el deseo.
Las autoridades civiles también están bajo la lupa de los obispos. Se les reta no solo a aprobar leyes que regulen el acceso —como los requisitos de verificación de edad—, sino también a afrontar la frontera más difícil: el uso descontrolado de la inteligencia artificial para generar contenido pornográfico, a veces sin consentimiento. Esto, sugieren los obispos, no es simplemente una laguna legal, sino un vacío moral.
Su tono, sin embargo, no es combativo. Es herido. La Iglesia, que una vez flaqueó en la protección de los vulnerables, ahora busca liderar la construcción de una cultura que honre el cuerpo y el alma por igual. Pero los obispos saben que la credibilidad debe ganarse.
«La rendición de cuentas no es negociable», afirma el documento. Dondequiera que menores o personas vulnerables sean explotadas, ya sea por actores seculares o por miembros de la Iglesia, debe haber justicia, transparencia y un verdadero arrepentimiento.
El objetivo no es regresar a un pasado más puro, sino forjar un futuro más humano. Los obispos concluyen con la silenciosa promesa del Evangelio al pecador: “Yo tampoco te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más” (Juan 8:11). No es un mensaje de condena, sino de conversión.
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