(ZENIT Noticias / Ciudad de Gaza, Palestina ocupada, 17.07.2025).- Una cruz rota. Restos de techo desparramados en el suelo. Gritos, heridas, muerte. A las 10:20 de la mañana del 17 de julio, el complejo de la parroquia de la Sagrada Familia en Gaza —el único templo católico de la Franja— volvió a ser alcanzado por la violencia de una guerra que no hace distinciones entre lo sagrado y lo profano. Un proyectil disparado por el ejército del estado judío de Israel impactó en el techo del edificio, cerca de la cruz, fragmentándolo y dejando un saldo provisional de tres muertos y al menos nueve heridos, entre ellos el propio párroco, el argentino Gabriel Romanelli, quien sufrió lesiones leves.
Las víctimas no eran combatientes. Ni siquiera eran transeúntes. Eran personas refugiadas en un recinto que creían seguro. Ancianas sentadas en una carpa de apoyo psicosocial de Cáritas Jerusalén, jóvenes en el patio interior, familias enteras que, tras perder sus hogares, habían encontrado en la Iglesia un último refugio. Desde hacía semanas, Romanelli les pedía no salir de sus habitaciones: “Si no hubiera insistido en que se quedaran dentro, hoy estaríamos hablando de una masacre”, dijo un voluntario de Cáritas.
El ataque ha desatado indignación y consternación en todos los rincones del mundo cristiano. El Papa León XIV envió un telegrama expresando su dolor, su cercanía espiritual con la comunidad y su renovado llamado a un alto el fuego inmediato. “No hay justificación moral para este horror”, afirmó en nombre del pontífice el cardenal Pietro Parolin. Desde Jerusalén, el patriarca latino, Pierbattista Pizzaballa, fue más allá con un
La parroquia de la Sagrada Familia no es ajena a la tragedia. En diciembre de 2023, un francotirador judío mató a una madre y su hija dentro del mismo recinto. En aquella ocasión, como ahora, la comunidad católica respondió con oración, resistencia y denuncia. “Dios rompe los arcos y quiebra las lanzas”, recordó entonces el Papa Francisco, subrayando que en el complejo parroquial no hay combatientes, sino niños, personas enfermas, religiosas y familias inocentes.
Pero los proyectiles regresaron. Y con ellos, la sensación de que ningún lugar está a salvo. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, condenó el ataque como “inaceptable” y acusó a Israel de actuar con una desproporción brutal que “ninguna estrategia militar puede justificar”. La Conferencia Episcopal Italiana se sumó a las críticas, recordando que “la guerra no tiene futuro si destruye toda esperanza de humanidad”.
Israel, por su parte, emitió dos comunicados en tono frío y defensivo: el portavoz del ministerio de asuntos exteriores lamentó las muertes, negó haber atacado deliberadamente y prometió una investigación. Las Fuerzas de Defensa Israelíes aseguraron que “lamentan cualquier daño a estructuras religiosas”, mientras repiten que Hamás opera desde zonas civiles. No es una novedad. Tampoco lo es la falta de respuestas concretas tras las investigaciones.
Mientras tanto, Gaza sigue ardiendo. El mismo día del ataque a la iglesia, una ofensiva contra dos escuelas que albergaban desplazados en el campo de Al-Bureij dejó otro muerto y 17 heridos. Los hospitales colapsan, la electricidad es intermitente, el agua escasea. El hospital Al-Ahli, cercano a la iglesia católica, ha sido bombardeado varias veces en la última semana.
En medio de la devastación, cada noche a las 8 p.m., suenan las campanas de la iglesia de la Sagrada Familia. Es “la hora del Papa”, una tradición nacida tras los constantes contactos telefónicos del pontífice con Romanelli. Es una forma de mantener viva la esperanza, de decirle al mundo —y a Dios— que aún queda fe bajo los escombros.
Solo unos mil cristianos resisten en Gaza. Su número ha mermado, pero su testimonio ha crecido. Con cada bombardeo, su cruz se hace más pesada. Pero también más visible. En palabras del Patriarcado Ortodoxo de Jerusalén: “Atacar un lugar sagrado es atentar contra la dignidad humana. No solo se derrumban muros, se hiere el alma de un pueblo”.
¿Hasta cuándo? ¿Cuántas veces más tendrá que sonar la campana de una iglesia herida antes de que el silencio llegue no por miedo, sino por paz?
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