(ZENIT Noticias / Roma, 03.08.2025).- En la última década, se ha producido un fenómeno históricamente significativo en todo el mundo: la erosión gradual de las mayorías cristianas en países que antes parecían inseparablemente vinculados a la fe. Desde las catedrales de Europa hasta las capillas de Oceanía, el cristianismo, si bien sigue siendo dominante en muchas regiones, está perdiendo terreno discretamente, según un
En 2020, los cristianos seguían siendo mayoría en 120 de los 201 países y territorios encuestados. Esta cifra aún representa el 60 % de todas las naciones, pero marca una disminución notable con respecto a 2010, cuando 124 países tenían mayorías cristianas. Esta tendencia refleja un cambio más amplio en la identificación religiosa, con millones de personas abandonando el cristianismo, no necesariamente por otra fe, sino a menudo por ninguna.
Estas pérdidas son particularmente pronunciadas en naciones asociadas desde hace tiempo con la herencia cristiana. Entre 2010 y 2020, cuatro países (Francia, Australia, el Reino Unido y Uruguay) se situaron por debajo del umbral del 50 % de autoidentificación cristiana. En el Reino Unido, los cristianos representaban tan solo el 49 % de la población en 2020. En Francia, eran el 46 %. Australia se situaba en el 47 % y, en Uruguay, la cifra había descendido al 44 %.
El caso de Uruguay es especialmente llamativo. Antaño marcado por una fuerte presencia católica, en 2020 se convirtió en el único país de América donde la mayoría de la población (el 52 %) no declaraba ninguna afiliación religiosa. Esta categoría de «no afiliados» incluye a ateos, agnósticos y a quienes simplemente no se identifican con nada en particular. Si bien su auge ha sido más visible en las sociedades occidentales, también es un fenómeno global.
Durante la misma década, tres países se sumaron a la lista de naciones con mayorías sin afiliación religiosa: Uruguay, Países Bajos (54 %) y Nueva Zelanda (51 %). Siguieron la trayectoria de países como China, Japón y la República Checa, donde la religión ha tenido durante mucho tiempo un papel público limitado. En total, 10 países tenían mayorías no afiliadas en 2020, en comparación con tan solo 7 en 2010.
Lo que se desprende de los datos es un retrato de un mundo donde la religión, en particular el cristianismo, ya no es la norma social por defecto en muchos países desarrollados. No se trata tanto de que otras religiones estén reemplazando al cristianismo, sino de que un número creciente de personas está abandonando por completo su identidad religiosa.
Aun así, la geografía y la demografía revelan una historia desigual. A pesar de perder terreno en partes de Europa y América, los cristianos se mantuvieron sorprendentemente extendidos. Si bien representaban solo el 29 % de la población mundial en 2020, formaban mayoría en el 60 % de los países encuestados. Esto se debe, en gran medida, a que el cristianismo abarca regiones con tamaños de población muy diferentes, desde microestados como Micronesia hasta potencias como Estados Unidos.
En contraste, algunos de los grupos religiosos más grandes del mundo están más concentrados geográficamente. Por ejemplo, los hindúes representaban el 15% de la población mundial en 2020, pero solo eran mayoría en dos países: India y Nepal. El islam, con una proporción global comparable, tenía mayoría en 53 países, la misma cantidad que una década antes. Los budistas también seguían siendo mayoría en tan solo siete naciones. Mientras tanto, los judíos y los fieles de otras confesiones eran mayoría en tan solo un país cada uno.
El cambio en el mapa religioso no implica necesariamente el fin de la religión, pero sí desafía las suposiciones arraigadas sobre su permanencia cultural. En algunos países, la salida del cristianismo no ha dejado un sustituto claro: ninguna nueva creencia dominante, solo un silencio creciente donde antes la afiliación religiosa hablaba por la mayoría.
Para la Iglesia católica y otras tradiciones cristianas, las implicaciones son complejas. Por un lado, la pérdida de la mayoría en naciones tradicionalmente cristianas podría impulsar un nuevo espíritu evangelizador, uno que ya no dé por sentado el cristianismo cultural. Por otro lado, plantea preguntas urgentes sobre la secularización, el cambio generacional y la credibilidad de las instituciones religiosas en las sociedades posmodernas.
El cristianismo ha sobrevivido a declives anteriores, a menudo para resurgir de maneras y lugares sorprendentes. Pero este momento es diferente en su escala y ritmo. La tendencia, aunque no universal, es innegable: el cristianismo ya no es la base cultural en partes del mundo donde antaño definía no solo la fe personal, sino también la identidad nacional. Qué llenará este vacío está por verse.
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