(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 10.08.2025).- Al medio día del domingo 10 de agosto el Papa León XIV se asomó por la ventana del apartamento pontificio que da a la Plaza de San Pedro para rezar la oración mariana del Ángelus con cientos de peregrinos reunidos en un día caliente de verano romano. Además de la tradicional alocución dominical sobre el Evangelio y propiamente del rezo del Angelus, el Papa hizo referencia al acuerdo de paz entre Azerbaiyán y Armenia, logrado días antes. A continuación la traducción al castellano de las palabras del Papa antes del Angelus:
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Queridos hermanos y hermanas, feliz domingo.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a reflexionar sobre cómo invertir el tesoro de nuestra vida (cf. Lc 12,32-48). Dice: «Vendan sus bienes y denlos como limosna» (v. 33).
Nos exhorta, por tanto, a no guardar para nosotros los dones que Dios nos ha dado, sino a emplearlos con generosidad para el bien de los demás, especialmente de quienes están más necesitados de nuestra ayuda. Se trata no sólo de compartir las cosas materiales de las que disponemos, sino de poner en juego nuestras capacidades, nuestro tiempo, nuestro afecto, nuestra presencia, nuestra empatía. En resumen, todo aquello que hace de cada uno de nosotros, en los designios de Dios, un bien único, inapreciable, un capital vivo, palpitante, que para crecer requiere ser cultivado y empleado, porque si no se seca y se devalúa. O bien termina perdido, a merced de quienes, como ladrones, se apropian de él para convertirlo simplemente en un objeto de consumo.
El don de la vida, recibido de Dios, no se nos entregó para terminar así, sino que necesita espacio, libertad, relación, para realizarse y expresarse; necesita amor, que es lo único que trasforma y ennoblece cada aspecto de nuestra existencia, haciéndonos cada vez más semejantes a Dios. No es casualidad que Jesús pronuncia estas palabras mientras está de camino hacia Jerusalén, donde se ofrecerá a sí mismo en la cruz para nuestra salvación.
Las obras de misericordia son el banco más seguro y rentable al que confiar el tesoro de nuestra existencia, porque en él, como nos enseña el Evangelio, con “dos monedas” incluso una pobre viuda puede convertirse en la persona más rica del mundo (cf. Mc 12,41-44).
San Agustín, a este propósito, dice: «Si dieses una libra de bronce y la recibieses de plata, o la dieses de plata y la recibieras de oro, te considerarías feliz. Lo que das se transforma realmente; se convertirá para ti no en oro ni en plata, sino en vida eterna» (Sermón 390, 2). Y explica por qué: «se transformará, porque te transformarás tú» (ibíd.).
Y para entender lo que quiere decir, podemos pensar en una mamá que abraza a sus hijos, ¿no es la persona más hermosa y rica del mundo? O también dos novios, cuando están juntos, ¿no se sienten un rey y una reina? Y podríamos poner tantos otros ejemplos.
Por eso, en la familia, en la parroquia, en la escuela y en los lugares de trabajo, en cualquier lugar donde nos encontremos, intentemos no perder ninguna ocasión para amar. Esta es la vigilancia que nos pide Jesús, habituarnos a estar atentos, dispuestos, sensibles los unos con los otros, como Él lo está con nosotros en cada instante.
Hermanas y hermanos, confiemos a María este deseo y este compromiso. Que ella, la Estrella de la mañana, nos ayude a ser, en un mundo marcado por tantas divisiones, “centinelas” de la misericordia y de la paz, como nos ha enseñado san Juan Pablo II (cf. Vigilia de oración para la XV Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2000) y como nos han mostrado de una manera tan hermosa los jóvenes que han venido a Roma para el Jubileo.
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