(ZENIT Noticias / Roma, 10.08.2025).- Mientras el mundo asiste a crisis humanitarias cada vez más graves, un dato estremecedor emerge del último informe de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN): el gasto de un solo año en arsenales atómicos bastaría para alimentar, durante casi dos años, a los 345 millones de personas que hoy padecen los niveles más extremos de hambre.
La cifra total —más de 100 mil millones de dólares en 2024— no es solo un récord inquietante en el camino hacia el rearme nuclear; es también un espejo que refleja un orden internacional donde la capacidad de destruir parece pesar más que la voluntad de salvar. El aumento del 11% respecto al año anterior significa que cada segundo, en algún punto del planeta, se destinan 3.169 dólares a armas cuya única función sería borrar ciudades enteras.
Nueve países concentran este gasto: desde las potencias históricas como Estados Unidos, Rusia y el Reino Unido, hasta otros que no ocultan su ambición nuclear como India, Pakistán o Corea del Norte. Washington encabeza la lista con 56.800 millones de dólares —más que el resto de países juntos—, seguido por China con 12.500 millones y Reino Unido con 10.400 millones. La magnitud es tal que, sumada, esta inversión bélica equivale a 28 veces el presupuesto de la ONU, una organización que hoy sufre recortes para misiones de paz y programas de asistencia básica.
Para ICAN, que en 2017 recibió el Nobel de la Paz por su labor contra estas armas, el mensaje es claro: este dinero se está desperdiciando. No solo porque los Estados que lo gastan firmaron en 2022 que “una guerra nuclear no puede ganarse y nunca debe librarse”, sino porque cada dólar invertido en estas ojivas es un dólar que no se destina a necesidades humanas urgentes. “Existen múltiples alternativas que podrían darnos verdadera seguridad a largo plazo, algo que el armamento nuclear jamás ofrecerá”, afirman las responsables del informe, Susi Snyder y Alicia Sanders-Zakre.
La Iglesia católica, desde hace décadas, se ha pronunciado contra esta carrera armamentista. El papa Francisco lo resumió con una frase que ya es parte de su magisterio: “La guerra es siempre una derrota para la humanidad”. Este año, en Hiroshima, el papa León XIV retomó esas palabras al conmemorar el 80 aniversario de los bombardeos atómicos sobre Japón, en una misa por la paz presidida en su nombre por el nuncio apostólico Francisco Escalante Molina. El mensaje, pronunciado en el mismo lugar donde la humanidad conoció el alcance devastador de estas armas, no deja lugar a dudas: la seguridad que se compra con miedo es un espejismo que se disipa ante el sufrimiento de los inocentes.
Y, sin embargo, los poderosos continúan alimentando sus arsenales, como si la tragedia de Hiroshima y Nagasaki no hubiera sido suficiente advertencia. La paradoja es cruel: en un mundo donde sobra dinero para mantener la capacidad de destruirlo todo, aún falta voluntad para proteger la vida de quienes apenas tienen un plato de comida al día.
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