(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 17.08.2025).- Al medio día del domingo 17 de agosto, el Papa León XIV rezó la oración mariana del Ángelus desde el Palacio Apostólico de Castelgandolfo con cientos de peregrinos llegados a la Villa Pontificia para escuchar al Santo Padre y rezar con él el Ángelus. Poco tiempo antes el Papa celebró la misa en Albano y posteriormente tuvo una comida con personas pobres. El Papa León regresó a Castelgandolfo por la tarde del miércoles 13 de agosto. Allí permanecerá hasta el martes 19 de agosto. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano de la alocución del Papa:
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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!
Hoy el Evangelio nos presenta un texto exigente (cf. Lc 12,49-53), en el que Jesús, con imágenes fuertes y gran sinceridad, dice a los discípulos que su misión, y también la de quienes lo siguen, no es toda “color de rosa”, sino que es “signo de contradicción” (cf. Lc 2,34).
Diciendo esto, el Señor anticipa lo que deberá afrontar cuando en Jerusalén sea agredido, arrestado, insultado, golpeado, crucificado; cuando su mensaje, aun hablando de amor y de justicia, sea rechazado; cuando los jefes del pueblo reaccionen con violencia a su predicación. Por otra parte, muchas de las comunidades a las que el evangelista Lucas se dirigía con sus escritos vivían la misma experiencia. Eran, como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, comunidades pacíficas que, aun con sus límites, intentaban vivir de la mejor manera el mensaje de caridad del Maestro (cf. Hch 4,32-33). Y, sin embargo, sufrían persecuciones.
Todo esto nos recuerda que el bien no siempre encuentra una respuesta positiva en su entorno. Es más, en ocasiones, precisamente porque la belleza de ese bien molesta a quienes no lo acogen, aquel que lo pone en práctica termina encontrando duras oposiciones, hasta sufrir maltratos y abusos. Obrar en la verdad cuesta, porque en el mundo hay personas que eligen la mentira, y porque el diablo, aprovechándose de ello, a menudo busca obstaculizar el obrar de los buenos.
Pero Jesús, con su ayuda, nos invita a no rendirnos ni a equipararnos con esta mentalidad, sino a seguir obrando por nuestro bien y el de todos, incluso de quienes nos hacen sufrir. Nos invita a no responder a la prepotencia con la venganza, sino a permanecer fieles a la verdad en la caridad. Los mártires dan testimonio de ello derramando su sangre por la fe, pero también nosotros, en circunstancias y de modos diferentes, podemos imitarlos.
Pensemos, por ejemplo, en el precio que debe pagar un buen padre, si quiere educar bien a sus hijos, con sanos principios; antes o después deberá saber decir algún “no”, hacer alguna corrección, y esto le causará sufrimiento. Lo mismo vale para un maestro que desea formar correctamente a sus alumnos, para un profesional, un religioso, un político, que se propongan realizar su misión honestamente, y para quienes se esfuercen en ejercitar con coherencia, según las enseñanzas del Evangelio, sus propias responsabilidades.
A este respecto, san Ignacio de Antioquía, mientras viajaba hacia Roma, donde sufriría el martirio, escribía a los cristianos de esta ciudad: «No quisiera que procurarais agradar a los hombres, sino a Dios» (Carta a los Romanos, 2,1), y agregaba: «Es bueno para mí el morir por Jesucristo, más bien que reinar sobre los extremos más alejados de la tierra» (ibíd., 6,1).
Hermanos y hermanas, pidamos juntos a María, Reina de los mártires, que nos ayude a ser, en toda circunstancia, testigos fieles y valientes de su Hijo, y a sostener a los hermanos y hermanas que hoy sufren por la fe.
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