(ZENIT Noticias / Valencia, 20.08.2025).- La vida de oración tranquila de una capilla de adoración perpetua en el corazón de Valencia se vio interrumpida de forma brusca cuando una persona transgénero, hombre biológico de nacimiento, y migrante, irrumpió en el templo y causó destrozos en objetos litúrgicos, llegando a dañar la custodia que custodiaba al Santísimo.
El incidente, que en un inicio fue interpretado con confusión en redes sociales, generó tanto alarma como gestos de fe y reparación entre los fieles.
La escena fue caótica: gritos, insultos, velas encendidas arrojadas contra quienes rezaban y el suelo cubierto de aceite y cristales rotos. Algunos de los presentes sufrieron cortes y caídas, aunque sin heridas de gravedad. Sin embargo, en medio de esa tensión, una mujer logró rescatar la Eucaristía y trasladarla de inmediato a la Catedral de Valencia, un detalle que evitó la profanación y que la Arquidiócesis no dudó en subrayar en su comunicado posterior.
Las primeras versiones difundidas en redes sociales atribuyeron erróneamente el ataque a motivos islamistas. Incluso un grupo juvenil publicó en la red “X” que se trataba de un atentado fundamentalista. Poco después, los propios hechos y las declaraciones de “la agresora” desmintieron esa lectura: “Soy transexual y Dios me ama a mí, no a ti. Lo hice porque nadie ama a Dios más que yo, soy una diosa”, habría gritado en pleno templo. El relato apuntaba más a un estado de confusión y alteración personal que a un plan ideológico organizado.
El párroco Mariano Trenco, canónigo de la Catedral y responsable de la capilla, lo explicó con serenidad: la persona implicada ya era conocida en el entorno por comportamientos extraños y actuó fuera de sí, sin motivación islamista ni anticatólica. Su valoración contrastó con las voces más duras, como la de Polonia Castellanos, presidenta de la Asociación de Abogados Cristianos, que enmarcó lo ocurrido dentro de lo que considera un aumento de ataques contra los cristianos vinculados al lobby LGBT. Su organización anunció medidas legales para que no quede en la impunidad.
La reacción de los fieles presentes, que consiguieron reducir al agresor hasta la llegada de la policía, fue reconocida por la Archidiócesis con palabras de gratitud. “La Eucaristía pudo ser trasladada a la catedral sin profanación”, recordaron, en un intento de traer calma tras la confusión inicial.
Más allá del suceso, lo ocurrido abrió un debate sobre la seguridad en los lugares de culto y sobre cómo deben leerse los gestos de violencia en un contexto social marcado por tensiones ideológicas y religiosas. Pero también dejó un testimonio claro: incluso cuando los símbolos sagrados son puestos en riesgo, la fe de quienes creen en la presencia real de Cristo en la Eucaristía puede más que el caos. Y en Valencia, al menos esta vez, esa fe salió ilesa.
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