¿Cómo un sistema legal puede brindar misericordia? Juez Alito, de Suprema Corte USA interviene en Vaticano

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(ZENIT Noticias / Roma, 23.09.2025).- En los salones renacentistas del Palazzo della Cancelleria, sede de los tribunales más importantes del Vaticano, el juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, Samuel A. Alito Jr., ofreció una reflexión sobre el diálogo complejo pero esencial entre la justicia y la misericordia. Sus palabras se produjeron durante el Jubileo de la Justicia del Vaticano, parte del Año Santo de la Esperanza, en una conversación vespertina que reunió a juristas, clérigos y diplomáticos.

El debate, organizado por la Embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede en colaboración con el Dicasterio para la Evangelización y la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, situó a Alito frente a Monseñor Laurence Spiteri, de la Rota Romana. El recién nombrado embajador estadounidense, Brian F. Burch, introdujo el intercambio, elogiando la larga trayectoria del juez en la defensa de la libertad religiosa.

Alito, católico practicante que ha formado parte de la Corte Suprema desde 2006, habló con franqueza de una paradoja que ha desconcertado tanto a legisladores como a teólogos. “La justicia es algo que todos merecen”, dijo, “mientras que la misericordia es algo que ninguno de nosotros puede reclamar como un derecho. Reconciliar ambas plenamente, quizás solo Dios pueda lograrlo”. Aun así, argumentó, los sistemas legales deberían crear espacios para la clemencia en todos los niveles: en la legislación, la aplicación de la ley y la sentencia. Las leyes demasiado rígidas corren el riesgo de aplastar la dignidad humana que deben salvaguardar.

Presionado sobre los desafíos que enfrentan los creyentes, Alito contrastó las batallas judiciales sobre el derecho de conciencia en Estados Unidos con la brutal violencia que sufren los cristianos en partes de Oriente Medio y África. “Debemos ser honestos sobre la magnitud de lo que está en juego”, instó, sugiriendo que los debates estadounidenses, por muy acalorados que sean, se dan en un contexto de relativa seguridad.

El juez también respondió preguntas sobre la estructura de la propia Corte Suprema. Señaló que las peticiones de ampliar su tamaño no son nuevas. Los redactores dejaron su composición sin fijar, pero nueve jueces, argumentó, ofrecen un equilibrio entre diversidad y manejabilidad. Admitió que los fuertes desacuerdos forman parte de la realidad cotidiana de la Corte, pero enfatizó que siguen siendo profesionales, no personales. «Las mejores decisiones», dijo, «se toman cuando las personas de buena fe argumentan con firmeza, pero con generosidad».

A lo largo de la velada, Alito retomó temas que evocaban las palabras del Papa León XIV ese mismo día, cuando el pontífice describió la justicia como la protección de los débiles y la sanación de las comunidades. Alito trazó un paralelo entre el derecho civil y el derecho canónico: uno arraigado en la autoridad constitucional, el otro en el mandato divino, pero ambos se basan en precedentes para preservar la estabilidad y al mismo tiempo dar margen para corregir errores pasados.

Entre los presentes se encontraban funcionarios del Vaticano como el cardenal Raymond Burke y el obispo Juan Ignacio Arrieta, junto con abogados católicos en peregrinación con motivo del Jubileo. Escucharon a Alito reconocer que en los tribunales humanos, la armonía perfecta entre la misericordia y la justicia es inalcanzable. Pero eso, sugirió, no debería disuadir a jueces, legisladores o abogados de esforzarse por aproximarse a ella.

En una época polarizada, su consejo final resonó más allá de la ornamentada cámara de mármol. Tanto los sistemas jurídicos como las sociedades, insistió, funcionan mejor cuando los ciudadanos «se comunican de forma civilizada y racional». Fue, en definitiva, menos la conclusión de un jurista que una prescripción cívica, ofrecida desde Roma, pero dirigida a un mundo con demasiada frecuencia sordo a la justicia y la misericordia.

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