16 hijos, a veces no todo perfecto, pero unidos y con fe: la historia de un matrimonio influencer

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(ZENIT Noticias / Roma, 13.11.2025).- En el hogar de Conor y Ashley Gallagher, una pareja de Carolina del Norte, el ruido nunca cesa: risas, pasos pequeños, llantos y oraciones se entrelazan en una sinfonía que solo puede entender quien vive rodeado de amor y caos al mismo tiempo. Con 16 hijos, los Gallagher han hecho de su casa un testimonio viviente de fe, entrega y confianza en la providencia.

“Muchas veces soñamos con una oración familiar en paz y silencio, pero la realidad es otra”, confiesa Conor entre risas. Hay niños que se disputan un asiento, bebés que muerden las cuentas del rosario y adolescentes distraídos. “A veces no hay piedad, ni devoción… pero seguimos juntos, seguimos rezando. Eso es lo que importa”.

Su hogar funciona como una verdadera “iglesia doméstica”. Cada rincón, cada gesto cotidiano busca reflejar la presencia de Dios. Rezan juntos, trabajan juntos, se corrigen, se perdonan y vuelven a empezar. En los momentos más difíciles —cuando el cansancio o las preocupaciones económicas se acumulan—, la familia recuerda que su sustento no está en sus fuerzas, sino en la providencia divina.

Uno de los principios más firmes que guían su vida familiar es el del esfuerzo y la disciplina. Conor habla con frecuencia de la importancia de formar “niños con espíritu blue-collar en un mundo white-collar”, es decir, jóvenes trabajadores, humildes, dispuestos a sacrificarse y servir. Cada hijo tiene responsabilidades en casa: desde los más pequeños que ayudan a poner la mesa, hasta los mayores que se encargan de preparar comidas o cuidar a sus hermanos menores.

“Queremos que comprendan que el trabajo no es castigo, sino una forma de santificación”, explica el padre de familia. Para los Gallagher, el deber cumplido, la obediencia y la cooperación son caminos concretos hacia la santidad.

Claro que hay días duros. Hay noches en que la oración se interrumpe mil veces, o momentos en que alguno se pregunta si valdrá la pena tanto esfuerzo. Pero la respuesta, dicen ellos, está en seguir adelante con confianza. “Aunque recemos mal, aunque estemos cansados o distraídos, le ofrecemos a Dios lo que tenemos. Él sabe hacerlo perfecto”.

Esa actitud de entrega y humildad ha marcado el corazón de cada hijo. En su casa se aprende a pedir perdón, a compartir lo poco y a dar gracias incluso por lo que duele. “Agradecemos por lo bueno y por lo malo”, comenta Ashley. “Porque todo, incluso lo difícil, puede convertirse en bendición”.

Su fe católica impregna cada aspecto de la vida familiar. No se trata solo de ir a misa o rezar el rosario, sino de vivir con conciencia de que Dios habita entre ellos. Conor lo resume con sencillez: “Mi trabajo como padre no es solo proveer o educar; es guiar a mis hijos al cielo. Y para eso, primero tengo que convertirme yo mismo”.

La casa de los Gallagher es un pequeño mundo donde se entrecruzan risas, llantos, sacrificios y oraciones. No es un hogar perfecto, pero sí profundamente vivo. Cada día trae nuevos retos, y cada reto es una oportunidad para confiar un poco más.

Al final, su historia no trata solo de números —dieciséis hijos— sino de una vocación: la de vivir el amor en plenitud, entre la cruz y la alegría, sabiendo que cada plato lavado, cada pañal cambiado y cada Ave María pronunciada en medio del ruido puede ser una ofrenda al cielo.

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