Los eslóganes no sacan de la miseria: Papa León XIV ante la organización ONU sobre alimentación en Roma

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(ZENIT Noticias / Roma, 17.11.2025).- Por la mañana del jueves 16 de octubre, el Papa León XIV visitó la sede de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), cuya sede principal se encuentra en la ciudad de Roma. El Papa visitó esta dependencia de la ONU en el contexto del Día Mundial de la Alimentación y del 80 aniversario de la fundación de la FAO. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano del discurso pronunciado en italiano e inglés:

***

Señor Director General,

1. Permítanme, ante todo, expresar mi más cordial agradecimiento por la invitación a compartir esta memorable jornada con todos ustedes. Visito esta prestigiosa Sede siguiendo el ejemplo de mis Predecesores en la Cátedra de Pedro, que otorgaron a la FAO una especial estima y cercanía, conscientes del relevante mandato de esta organización internacional.

Saludo a todos los presentes con gran respeto y deferencia, y a través de ustedes, como servidor del Evangelio, expreso a todos los pueblos de la tierra mi más ferviente anhelo de que la paz reine por doquier. El corazón del Papa, que no se pertenece a sí mismo sino a la Iglesia y, en cierto modo, a toda la humanidad, mantiene viva la confianza de que, si se derrota el hambre, la paz será el terreno fértil del que nazca el bien común de todas las naciones.

A ochenta años de la institución de la FAO, nuestra conciencia debe interpelarnos una vez más frente al drama —siempre actual— del hambre y la malnutrición. Poner fin a estos males incumbe no sólo a empresarios, funcionarios o responsables políticos. Es un problema a cuya solución todos debemos concurrir: agencias internacionales, gobiernos, instituciones públicas, ONG´s, entidades académicas y sociedad civil, sin olvidar a cada persona en particular, que ha de ver en el sufrimiento ajeno algo propio. Quien padece hambre no es un extraño. Es mi hermano y he de ayudarlo sin dilación alguna.

2. El objetivo que nos ve ahora reunidos es tan noble como ineludible: movilizar toda energía disponible, en un espíritu de solidaridad, para que en el mundo no haya nadie al que le falte el alimento necesario, tanto en cantidad como en calidad. De esta manera, se acabará con una situación que niega la dignidad humana, compromete el desarrollo deseable, obliga inicuamente a muchedumbres de personas a abandonar sus hogares y obstaculiza el entendimiento entre los pueblos. Desde su fundación, la FAO ha orientado infatigablemente su servicio para que el desarrollo de la agricultura y la seguridad alimentaria sean objetivos prioritarios de la política internacional. En este sentido, a cinco años del cumplimiento de la Agenda 2030, hemos de recordar con vehemencia que alcanzar el Hambre Cerosólo será posible si existe una voluntad real para ello, y no únicamente solemnes declaraciones. Por esto mismo, con renovado apremio, hoy estamos llamados a responder a una pregunta fundamental: ¿dónde estamos en la acción contra la plaga del hambre que continúa flagelando atrozmente a una parte significativa de la humanidad?

3. Es preciso, y sumamente triste, mencionar que, a pesar de los avances tecnológicos, científicos y productivos, seiscientos setenta y tres millones de personas en el mundo se van a la cama sin comer. Y otros dos mil trescientos millones no pueden permitirse una alimentación adecuada desde el punto de vista nutricional. Son cifras que no podemos reputar como meras estadísticas: detrás de cada uno de esos números hay una vida truncada, una comunidad vulnerable; hay madres que no pueden alimentar a sus hijos. Quizá el dato más conmovedor sea el de los niños que sufren la malnutrición, con las consecuentes enfermedades y el retraso en el crecimiento motor y cognitivo. Esto no es casualidad, sino la señal evidente de una insensibilidad imperante, de una economía sin alma, de un cuestionable modelo de desarrollo y de un sistema de distribución de recursos injusto e insostenible. En un tiempo en el que la ciencia ha alargado la esperanza de vida, la tecnología ha acercado continentes y el conocimiento ha abierto horizontes antes inimaginables, permitir que millones de seres humanos vivan —y mueran— golpeados por el hambre es un fracaso colectivo, un extravío ético, una culpa histórica.

4. Los escenarios de los conflictos actuales han hecho resurgir el uso de los alimentos como arma de guerra, contradiciendo todo el trabajo de sensibilización llevado adelante por la FAO durante estas ocho décadas. Cada vez parece alejarse más ese consenso expresado por los Estados que considera la inanición deliberada un crimen de guerra, como también el impedir intencionalmente el acceso a los alimentos a comunidades o pueblos enteros. El derecho internacional humanitario prohíbe sin excepción atacar a civiles y bienes esenciales para la supervivencia de las poblaciones. Hace unos años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó unánimemente esta práctica, reconociendo la conexión entre conflictos armados e inseguridad alimentaria, y estigmatizando el uso del hambre infligido a civiles como método de guerra [1]. Esto parece olvidado, pues, con dolor, somos testigos del uso continuo de esa estrategia cruel, que condena a hombres, mujeres y niños al hambre, negándoles el derecho más elemental: el derecho a la vida. Sin embargo, el silencio de quienes mueren de hambre grita en la conciencia de todos, aunque a menudo sea ignorado, acallado o tergiversado. No podemos seguir así, ya que el hambre no es el destino del hombre sino su perdición. ¡Fortalezcamos, pues, nuestro entusiasmo para remediar este escándalo! No nos detengamos pensando que el hambre es sólo un problema que resolver. Es más. Es un clamor que sube al cielo y que requiere la veloz respuesta de cada nación, de cada organismo internacional, de cada instancia regional, local o privada. Nadie puede quedar al margen de luchar denodadamente contra el hambre. Esa batalla es de todos.

5. Excelencias, hoy en día asistimos a paradojas ultrajantes. ¿Cómo podemos seguir tolerando que se desperdicien ingentes toneladas de alimentos mientras muchedumbres de personas se afanan por encontrar en la basura algo que llevarse a la boca? ¿Cómo explicar las desigualdades que permiten a unos pocos tenerlo todo y a muchos no tener nada? ¿Cómo no se detienen inmediatamente lasguerras que destruyen los campos antes que las ciudades, llegando incluso a escenas indignas de la condición humana, en las que la vida de las personas, y en particular la de los niños, en vez de ser cuidada se desvanece mientras van en busca de comida con la piel pegada a los huesos? Contemplando el actual panorama mundial, tan penoso y desolador por los conflictos que lo afligen, da la impresión de que nos hemos convertido en testigos abúlicos de una violencia desgarradora, cuando, en realidad, las tragedias humanitarias por todos conocidas tendrían que instarnos a ser artesanos de paz munidos del bálsamo sanador que requieren las heridas abiertas en el corazón mismo de la humanidad. Una sangría que debería atraer inmediatamente nuestra atención y que habría de llevarnos a redoblar nuestra responsabilidad individual y colectiva, despertándonos del letargo aciago en el que con frecuencia estamos sumidos. El mundo no puede seguir asistiendo a espectáculos tan macabros como los que están en curso en numerosas regiones de la tierra. Hay que darlos por zanjados cuanto antes.

Ha llegado la hora, pues, de preguntarnos con lucidez y coraje: ¿se merecen las generaciones venideras un mundo que no es capaz de erradicar de una vez por todas el hambre y la miseria? ¿Es posible que no se pueda acabar con tantas y tan lacerantes arbitrariedades como signan negativamente a la familia humana? ¿Pueden los responsables políticos y sociales seguir polarizados, gastando tiempo y recursos en discusiones inútiles y virulentas, mientras aquellos a quienes deberían de servir continúan olvidados y utilizados en aras de intereses partidistas? No podemos limitarnos a proclamar valores. Debemos encarnarlos. Los eslóganes no sacan de la miseria. Urge una superación de un paradigma político tan enconado, basándonos en una visión ética que prevalezca sobre el pragmatismo vigente que reemplaza a la persona con el beneficio. No basta con invocar la solidaridad: debemos garantizar la seguridad alimentaria, el acceso a los recursos y el desarrollo rural sostenible.

6. En este sentido, me parece un verdadero acierto que la Jornada Mundial de la Alimentaciónse celebre esteaño bajo el lema: “Mano de la mano por unos alimentos y un futuro mejores”. En un momento histórico marcado por profundas divisiones y contradicciones, sentirse unidos por el vínculo de la colaboración no es sólo un hermoso ideal, sino un llamamiento decidido a la acción. No hemos de contentarnos con llenar paredes con grandes y llamativos carteles. Ha llegado el tiempo de asumir un renovado compromiso, que incida positivamente en la vida de aquellos que tienen el estómago vacío y esperan de nosotros gestos concretos que los arranquen de su postración. Tal objetivo sólo puede alcanzarse mediante la convergencia de políticas eficaces y una implementación coordinada y sinérgica de las intervenciones. La exhortación a caminar juntos, en concordia fraterna, debe convertirse en el principio rector que oriente las políticas y las inversiones, porque únicamente a través de una cooperación sincera y constante se podrá construir una seguridad alimentaria justa y accesible para todos. Sólo uniendo nuestras manos, podremos construir un futuro digno, en el cual la seguridad alimentaria se reafirme como un derecho y no como un privilegio. Con esta convicción, quisiera evidenciar que, en la lucha contra el hambre y en el fomento de un desarrollo integral, el papel de la mujer se configura como indispensable, aunque no siempre sea suficientemente apreciado. Las mujeres son las primeras en velar por el pan que falta, en sembrar esperanza en los surcos de la tierra, en amasar el futuro con las manos encallecidas por el esfuerzo. En cada rincón del mundo, la mujer es silenciosa arquitecta de la supervivencia, custodia metódica de la creación. Reconocer y valorar su papel no es sólo cuestión de justicia, es garantía de una alimentación más humana y más duradera.

7. Excelencias, conociendo la proyección de este foro internacional, déjenme que subraye sin ambages la importancia del multilateralismo frente a nocivas tentaciones que tienden a erigirse como autocráticas en un mundo multipolar y cada vez más interconectado. Se hace, por tanto, más necesario, más necesario que nunca, repensar con audacia las modalidades de la cooperación internacional. No se trata sólo de individuar estrategias o realizar prolijos diagnósticos. Lo que los países más pobres aguardan con esperanza es que se oiga sin filtros su voz, que se conozcan realmente sus carencias y se les ofrezca una oportunidad, de modo que se cuente con ellos a la hora de solucionar sus verdaderos problemas, sin imponerles soluciones fabricadas en lejanos despachos, en reuniones dominadas por ideologías que ignoran frecuentemente culturas ancestrales, tradiciones religiosas o costumbres muy arraigadas en la sabiduría de los mayores. Es imperioso construir una visión que haga que cada actor del escenario internacional pueda responder con mayor eficacia y prontitud a las genuinas necesidades de aquellos a quienes estamos llamados a servir mediante nuestro compromiso cotidiano.

8. Hoy en día, ya no podemos engañarnos pensando que las consecuencias de nuestros fracasos solo afectan a quienes están ocultos a nuestra vista. Los rostros hambrientos de tantas personas que aún sufren nos desafían y nos invitan a reexaminar nuestros estilos de vida, nuestras prioridades y nuestra forma general de vivir en el mundo actual. Por esta misma razón, quiero llamar la atención de este foro internacional sobre las multitudes que carecen de acceso al agua potable, los alimentos, la atención médica esencial, una vivienda digna, la educación básica o un trabajo digno, para que podamos compartir el dolor de quienes solo se alimentan de desesperación, lágrimas y miseria. ¿Cómo no recordar a todos aquellos que están condenados a la muerte y al sufrimiento en Ucrania, Gaza, Haití, Afganistán, Malí, la República Centroafricana, Yemen y Sudán del Sur, por nombrar solo algunos lugares del planeta donde la pobreza se ha convertido en el pan de cada día de tantos de nuestros hermanos y hermanas? La comunidad internacional no puede mirar hacia otro lado. Debemos hacer nuestro su sufrimiento.

No podemos aspirar a una vida social más justa si no estamos dispuestos a deshacernos de la apatía que justifica el hambre como si fuera música de fondo a la que nos hemos acostumbrado, un problema sin solución o, simplemente, responsabilidad de otros. No podemos exigir a los demás que actúen si nosotros mismos no cumplimos nuestros propios compromisos. Con nuestra omisión, nos convertimos en cómplices de la promoción de la injusticia. No podemos esperar un mundo mejor, un futuro brillante y pacífico, si no estamos dispuestos a compartir lo que nosotros mismos hemos recibido. Solo entonces podremos afirmar, con verdad y valentía, que nadie se ha quedado atrás.

9. Invoco sobre todos los aquí reunidos —la FAO y sus funcionarios, que se esfuerzan cada día por cumplir con virtud sus responsabilidades y dar ejemplo— las bendiciones de Dios, que cuida de los pobres, los hambrientos y los desamparados. Que Dios renueve en cada uno de nosotros esa esperanza que no defrauda (cf. Rom 5, 5). Los retos que tenemos ante nosotros son inmensos, pero también lo son nuestro potencial y las posibles vías de acción. El hambre tiene muchos nombres y pesa sobre toda la familia humana. Todo ser humano tiene hambre no solo de pan, sino también de todo lo que le permite madurar y crecer hacia la felicidad para la que todos hemos sido creados. Hay un hambre de fe, esperanza y amor que debe canalizarse en la respuesta integral que estamos llamados a llevar a cabo juntos. Lo que Jesús dijo a sus discípulos cuando se enfrentaron a una multitud hambrienta sigue siendo un desafío clave y apremiante para la comunidad internacional: «Dadles vosotros de comer» (Mc 6, 37). Con la pequeña contribución de los discípulos, Jesús realizó un gran milagro. No os canséis, pues, de pedir hoy a Dios el valor y la energía para seguir trabajando por una justicia que produzca resultados duraderos y beneficiosos. En vuestros esfuerzos, podréis contar siempre con la solidaridad y el compromiso de la Santa Sede y de las instituciones de la Iglesia católica, que están dispuestas a salir al encuentro y a servir a los más pobres y desfavorecidos en todo el mundo.

Muchas gracias.

Notas:

[1] Cfr. Consejo de Seguridad , Resolución 2417, aprobada en la 8267 Sesión, celebrada el 24 de mayo de 2018. El texto se puede consultar en:

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