(ZENIT Noticias / Madrid, 12.11.2025).- El gobierno español ha presentado el proyecto elegido para transformar uno de los monumentos más controvertidos del país: el Valle de los Caídos, oficialmente rebautizado como Valle de Cuelgamuros. La propuesta ganadora, titulada «La Base y la Cruz», plantea una profunda reconfiguración de la vasta explanada y el acceso a la basílica excavada en la Sierra de Guadarrama, prometiendo intervenciones mínimas en el interior de la iglesia.
El proyecto, creado por Pereda Pérez Arquitectos y Lignum S.L., fue seleccionado por un jurado internacional convocado por el Ministerio de Vivienda y Agenda Urbana, que lo elogió como la propuesta que «responde con mayor coherencia a los criterios del concurso». Según las autoridades, el diseño busca desplazar el centro simbólico del monumento: de la piedra a la tierra, de la arquitectura a la naturaleza, de la imposición al encuentro.
«Este proyecto afronta con valentía el carácter monumental del conjunto existente», explicó Iñaqui Carnicero, Secretario General de Agenda Urbana y Arquitectura y presidente del jurado. Propone una nueva visión del lugar, una que otorga mayor protagonismo a la naturaleza, rompe la rígida axialidad del plan original y abre una fisura: una vasta sombra que invita al diálogo y a una lectura más plural y democrática del espacio.
Esa «fisura», como se describe en la documentación del proyecto, sustituirá físicamente la monumental escalinata que actualmente asciende hacia la entrada de la basílica. Los visitantes descenderán a un vestíbulo circular «abierto al cielo», un umbral que sugiere apertura, humildad y reinterpretación. Desde allí, se bifurcarán varios caminos: uno conducirá a la basílica y otro a una nueva zona conmemorativa dedicada a la reflexión y la memoria histórica.
Sin embargo, tras la retórica arquitectónica subyace una tensión tanto estética como espiritual. El Valle de los Caídos fue concebido por orden del general Francisco Franco como un monumento nacional «para todos los caídos en la Guerra Civil Española». Finalizado en 1959, este monumento combina arquitectura monumental, un monasterio benedictino y una basílica pontificia —categoría que le otorgó el papa Juan XXIII en 1960— donde reposan los restos de más de 33 000 combatientes de ambos bandos del conflicto.
Su elemento más visible, la cruz de piedra de 150 metros, domina el paisaje; a sus pies se alzan cuatro estatuas colosales de los Evangelistas y cuatro de las virtudes cardinales, todas esculpidas por Juan de Ávalos. Sobre la entrada de la basílica, su Piedad preside el valle, una obra que, al igual que el propio monumento, ha sido venerada y vilipendiada.
El gobierno insiste en que estas esculturas permanecerán intactas. «La Piedad no aparece en la maqueta porque no formaba parte de la representación a escala», han aclarado fuentes cercanas al jurado, «pero nunca se planteó su retirada». Aun así, su ausencia en las visualizaciones oficiales del proyecto ha generado inquietud entre muchos observadores, que sospechan que la «reinterpretación» podría convertirse en borrado.
El debate sobre el futuro de Cuelgamuros es inseparable de la lucha más amplia de España con su pasado. Desde la aprobación de la Ley de Memoria Democrática de 2022 —que ordenó la exhumación de los restos de Franco y el cambio de nombre del lugar—, el valle ha sido un punto álgido de disputa entre quienes lo ven como un símbolo de reconciliación y quienes lo consideran una reliquia de la dictadura.
Para el gobierno anticlerical de Pedro Sánchez, el proyecto de «resignificación» se plantea como un acto de renovación democrática, una forma de transformar un espacio históricamente asociado al triunfalismo franquista en un lugar de inclusión y memoria plural. Para los críticos, representa una profanación con motivaciones políticas: una reescritura de la historia a costa de la fe, el arte y la continuidad cultural.
La Archidiócesis de Madrid, tras meses de negociación con el gobierno español y la Santa Sede, ha aceptado el proyecto con estrictas condiciones: la basílica conservará su carácter sagrado y la comunidad benedictina, que reza diariamente por las almas de los caídos, permanecerá en su lugar. Aun así, persisten las dudas sobre cómo se gestionará el acceso compartido entre peregrinos y visitantes una vez que comiencen las obras.
El calendario es ambicioso. El equipo de diseño dispone de ocho meses para completar los planos técnicos, tras lo cual se prevé que las obras duren unos cuarenta meses. Se anticipa que la licitación de los contratos de construcción se realice en la segunda mitad de 2026, con una fecha de finalización prevista para 2030. El coste total se estima en 31 millones de euros.
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