Cae el porcentaje de los que consideran importante la religión en su vida, según estudio estadounidense

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(ZENIT Noticias / Washington, 17.11.2025).- Durante años, los analistas hablaron de una excepción estadounidense: una nación cuya modernidad económica, pluralismo cultural y ritmo frenético no habían mermado el papel central de la religión en la vida cotidiana. Ahora, esa suposición es más difícil de defender. Una nueva encuesta de Gallup señala una de las mayores contracciones de religiosidad registradas en cualquier democracia avanzada, lo que sitúa a Estados Unidos en una posición inédita: entre un pasado espiritual que ya no tiene vigencia y un futuro secular que aún no se ha materializado.

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En cambio, Estados Unidos ocupa un espacio liminal. La identificación cristiana sigue siendo moderadamente fuerte —comparable a la de algunas partes de Europa occidental como Gran Bretaña, Alemania o Dinamarca—, pero la práctica religiosa cotidiana se está desplazando hacia el centro del espectro global. Al mismo tiempo, la importancia que los estadounidenses le dan a la religión sigue siendo mayor que en la mayor parte de Europa, alineándose más con sociedades de mayoría católica como Italia, Polonia, Argentina o Irlanda. Sin embargo, a diferencia de esos países, en Estados Unidos hay muchas menos personas que se identifican como cristianas. Las cifras ya no se mueven en las direcciones que lo hacían antes.

Este cambio forma parte de una tendencia más amplia documentada durante la última década. El Centro de Investigación Pew informa que casi el 29% de los estadounidenses se declaran sin afiliación religiosa, una cifra récord. Axios estimó recientemente que hasta quince mil iglesias podrían cerrar para finales de 2025, una consecuencia institucional de la disminución de la asistencia, el envejecimiento de los feligreses y la presión financiera. El lenguaje del “renacimiento”, popular en algunos sectores del cristianismo estadounidense, suena cada vez más a aspiración que a descripción.

Pero el panorama no es uniforme. Si bien los indicadores de religiosidad y pertenencia a una iglesia disminuyen, las actitudes públicas sobre cuestiones morales y sociales asociadas con la religión no siempre siguen una trayectoria ideológica predecible. Encuestas de Gallup, Pew, Marist y otras muestran un aumento gradual en el apoyo al derecho al aborto durante la última década, aunque los votantes que se oponen al aborto aún reportan una mayor motivación política. Sin embargo, en cuestiones relacionadas con la identidad de género —un tema que a menudo se presenta como un indicador de valores culturales más amplios— la opinión pública parece mucho más resistente al cambio. La mayoría se opone sistemáticamente a que los procedimientos de transición de género se financien con fondos públicos, apoya las restricciones a las intervenciones médicas en menores y rechaza la idea de que los hombres biológicos compitan en deportes femeninos. Incluso entre los votantes demócratas, Gallup encuentra escaso apoyo a las políticas que permiten que la identidad de género prevalezca sobre el sexo en el deporte competitivo. Actualmente, la mayoría de los estadounidenses considera que los intentos de transición de género son moralmente problemáticos.

Esta divergencia —liberalización en algunos temas, repliegue en otros— complica la narrativa de una nación que simplemente se inclina hacia la secularización. Lo que emerge, en cambio, es una sociedad que redefine la relación entre la espiritualidad personal, la religión institucional y la convicción moral.

Un análisis paralelo publicado en Italia destaca el mismo fenómeno desde otra perspectiva: Estados Unidos se acerca a los patrones europeos, donde la identidad religiosa persiste incluso cuando la práctica disminuye. Sin embargo, la versión estadounidense es más fluida. Muchos que se distancian de la religión organizada aún expresan un deseo de significado, ritual o trascendencia. Su búsqueda espiritual, no obstante, ya no se ajusta a las líneas denominacionales tradicionales. En este sentido, la trayectoria estadounidense refleja los cambios observados en Italia, donde la religiosidad cayó más de veinte puntos en una década, aunque el catolicismo sigue siendo un marco cultural sólido. La diferencia estadounidense radica en el rápido crecimiento de las personas sin afiliación religiosa, cuyo número ahora conforma una realidad demográfica que las iglesias ya no pueden considerar un distanciamiento temporal.

Lo que describen los datos no es la desaparición de la religión, sino su transformación. La fe se está volviendo menos institucional y más experiencial; menos ligada a las reuniones semanales y más moldeada por la interpretación personal. Iglesias, sinagogas y mezquitas se enfrentan ahora a un panorama pastoral donde el deseo de espiritualidad no conduce automáticamente a la membresía ni siquiera a la creencia. Las instituciones acostumbradas a ser pilares culturales están aprendiendo a comunicarse con una población que demanda espiritualidad sin estructura, identidad sin afiliación y moralidad sin marcos doctrinales.

La silenciosa revolución que se está gestando en la religión estadounidense no es simplemente una historia de decadencia, sino de reconfiguración. La pregunta que persiste es si las instituciones religiosas del país podrán adaptarse a una realidad en la que su papel histórico ya no se da por sentado, y si una sociedad tradicionalmente moldeada por la fe podrá desenvolverse en sus debates morales sin el lenguaje común que las iglesias alguna vez proporcionaron.

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