(ZENIT Noticias – IFN / Washington, 16.11.2025).- En los últimos años, la cantidad de jóvenes estadounidenses que se identifican como transgénero o no binarios se ha desplomado, un colapso que desafía la absurda narrativa cultural de que la ideología de género representa un cambio social estable o permanente. Según nuevos datos de la Asociación Estadounidense de Salud Universitaria, solo el 3,6 % de los estudiantes universitarios se identifica actualmente con un género diferente a su sexo biológico. Esto representa una caída drástica respecto al 5,2 % de 2024, y una caída aún más pronunciada respecto al 6,8 % registrado tanto en 2022 como en 2023.

La tendencia a la baja se observa en casi todos los grupos demográficos. Los estudiantes de primer año —el grupo que con mayor probabilidad refleja las nuevas tendencias culturales— ahora tienen menos probabilidades que los estudiantes mayores de identificarse como transgénero o queer. En otras palabras, la generación más joven del campus parece estar rechazando la confusión de género que tanto se promovió en los últimos años. Mientras tanto, el porcentaje de estudiantes que se identifican como heterosexuales ha comenzado a aumentar de nuevo, lo que indica un discreto regreso a la normalidad tras años de presión ideológica.

Es importante destacar que los datos muestran que este cambio no se debe a la religión ni a la política. El informe concluyó que las tasas de religiosidad y conservadurismo político entre los estudiantes se han mantenido prácticamente estables. En cambio, el cambio parece estar vinculado a mejoras en la salud mental. Las tasas de ansiedad y depresión —ambas se dispararon durante la pandemia— han comenzado a disminuir, y con esta disminución se ha producido una marcada reducción en el número de jóvenes que rechazan su sexo biológico. A medida que mejora la estabilidad psicológica, la experimentación de género pierde fuerza.

Durante años, las élites culturales, los sistemas escolares y las plataformas de redes sociales impulsaron la idea de que identificarse como «trans» era valiente, auténtico y liberador. Pero la verdad está emergiendo: muchos jóvenes simplemente se dejaron llevar por una ideología socialmente contagiosa. Cuanto más normaliza la sociedad la recuperación de la salud mental y la autoaceptación real, menos atractiva se vuelve la idea radical de «cambiar de género». Estos datos no reflejan una «pérdida de derechos», sino el despertar de una generación.

El movimiento transgénero se presentó como una revolución permanente, pero las cifras cuentan otra historia. A medida que la moda se desvanece, lo que queda son las trágicas consecuencias de intervenciones médicas irreversibles, la división social y la traición institucional. El colapso de la identificación trans debería servir tanto de advertencia como de llamado a la acción: es hora de proteger a la infancia de la experimentación ideológica y restaurar la verdad, la estabilidad y la realidad biológica en la vida pública.

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